Aura grisácea.
15 Abr, 2019
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Iban a por el poder, tenían que conseguirlo a toda costa. Desde los confines de los tiempos, desde que éramos animales salvajes, los que conseguian ostentar el título alpha tenían que controlarlo todo .

Está en nuestro ADN.


Y una vez conseguido, lo más difícil es mantenerlo. ¿Cómo? Primero atentaron contra la libertad individual, relegándonos a los esclavos que aún seguimos siendo. Pero la libertad de una persona no puede ser tan fácilmente doblegada. No si aún se puede soñar.


Entonces vieron que la esperanza de la gente podría hacerles recuperar esa fuerza eterea y con ella hacer peligrar su incansable dominio. Un solo ser capaz de sentir, hacía tambalear los cimientos del mundo que se había creado.


La solución no era otra que destruir esa capacidad innata. Pero, ¿cómo eliminas un atardecer entre las montañas, o el olor del rocío en un espeso bosque, o incluso ese amor juvenil embelesador tras una cita en el parque? El poder de un soñador resultaba igual (si no más) poderoso que el de aquel que dicta el movimiento del mundo desde su trono de oro. Jamás podrían arrebatarnos eso tan nuestro; o al menos eso creíamos.


En otros tiempos, su veredicto eliminaba a quien se atreviese a sentir demasiado, a quien saliese de sus normas establecidas. Quemaban brujas y destruían infieles. Eran tiempos salvajes.


Ahora, ante la imposibilidad de semejantes resoluciones, tenían que eliminar ese halo mágico que rodea todo lo bello. Tenían que volver el mundo crudo, opaco, gris. Negro no, porque la tiniebla absoluta no resulta eficaz en ninguna sociedad. El objetivo era controlar y satisfacer por sus milimétricos y maleables medios esos pensamientos. Entonces nos dijeron qué pensar, qué disfrutar y qué soñar; en definitiva, qué sentir.


Redujeron la capacidad de amar el mundo y todo lo bello en él. Consiguieron, dándonos espontaneidad sensorial y ansias de poder a partes iguales, que aceptásemos su orden. Pusieron cadenas a un cielo abierto, a un cielo azul con un sol radiante. Y no les hizo falta volverlo gris. Nos diseñaron según sus normas para que seamos nosotros quienes lo veamos gris.


Nos volvieron lo suficientemente ilusos como para sentirnos plenamente libres, aún sabiendo en el fondo de nuestro alma que no es así.


Nos dieron todos los medios que creyeron convenientes para hacernos creer que dominábamos, que teníamos el poder en nuestras manos, que todo era nuestro, mientras se adueñaban de nuestras vidas y nuestra fuerza de trabajo.


Nos regalaron la capacidad de votar por nuestros gobernantes, mintiéndonos al prometernos cierta influencia sobre sus altas esferas, todo ello a sabiendas de que ya está todo atado por ahí: quien ellos quieran que gobierne, gobernará.


Nos otorgaron acceso a las artes y al conocimiento, pero siempre marcando las pautas de qué consumir y qué disfrutar, eliminando todo criterio.


Nos retribuyeron todo el sudor de nuestras frentes con el dinero justo para poder sobrevivir en SU mundo, mientras hacían desfilar imágenes de ostentosidad e imposibles que nunca tendríamos, pero que sí que enfocaban nuestra ya mencionada capacidad de soñar hacia ellas. Jugada maestra.


 


Y así es como se volvió todo gris. Así los niños ya no rien como antes, ni las madres charlan. Así el anciano pasa su vida de barra en barra, con la mirada perdida. Así el soñador cae en una somnolencia permanente, donde observa con una extraña niebla en sus pupilas... Un aura grisácea.

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