Alguna vez te has preguntado, ¿Qué habrá ocurrido con esos objetos que alguna vez tuvimos y por alguna razón jamás los volvimos a ver?
Esas cosas que de niños nos divertían, dibujaban sonrisas, creaban pequeños mundos o quizás nos aterrorizaban. Esas cosas que alguna vez amamos tanto o quizá deseamos nunca haberlas visto.
Recuerdo cuando tenía ocho años .
Una noche, cuando me disponía a regresar a casa, agarré la pelota con mis dos manos y le di una patada tan fuerte como pude; voló tan alto que se dirigió hacia la punta del árbol más grande. O al menos eso creí.
Hice lo que pude para recuperarla, pero todos mis intentos fueron en vano. Parecía como si la rama de ese gran árbol se la hubiera tragado, como si con mi súper patada la hubiera borrado de la faz de la tierra. Sin embargo, con la ayuda de un nuevo amanecer, conservaba la esperanza de encontrarla, pero no fue así. Jamás volví a verla.
Así que me pregunto: ¿Qué habrá pasado con ella? ¿Alguien más la encontraría? Y si así hubiese ocurrido: ¿Se divertiría tanto como yo lo hice?
Bueno, esas son cosas que nunca sabré. Así como el hecho de que nunca sabremos ¿Cuál es el pasado de esos objetos que nos hemos encontrado y que por alguna razón quisimos conservar? ¿Cuáles son sus historias? ¿A quiénes pertenecían? ¿Qué tipos de personas?
¿Saben? Todo esto también me lleva a preguntarme: Somos conscientes de las personas que conocemos, que conocimos y aunque ahora no somos conscientes de las personas que vamos a conocer, algún día lo seremos. Pero, ¿Qué pasará con aquellas personas que nunca, jamás, ni por un motivo se cruzarán por nuestro camino?
Ya haya sido porque vivieron en otra época de la historia y quizá ni su memoria se recuerde; o porque viven a millones y millones de kilómetros de nosotros y hablen otro idioma, tengan otras costumbres, miren en otra ventana, tomen otro bus y vayan a otra universidad.
E inclusive, aquellos que alguna vez se cruzaron por nuestro lado, pero por alguna razón no volteamos a ver y sencillamente tomamos caminos distintos.
Caminos distintos. Infinidad de caminos. Somos seres tan finitos, con una sed y hambre de eternidad, de un conocimiento absoluto... Pero aquí estamos, en nuestra humanidad, una humanidad compleja, hermosa y limitada. Tenemos el control de nuestra vida y a la vez no tenemos nada. Somos tan capaces de amar, de odiar, de recordar como de olvidar. Buscamos compañía, buscamos soledad, buscamos felicidad. Podemos sonreír por un buen recuerdo, pero también podemos cerrar los ojos o mirar al cielo cuando una triste memoria nos golpea con fuerza.
Nos relacionamos con personas que no hubiéramos querido conocer, pero a su vez tenemos a otras de las cuales no quisiéramos separarnos en ningún momento. Y a pesar de esto, existen miles y miles de individuos, tantos como los cabellos de nuestra cabeza, como las arrugas dibujadas sobre la piel de una mujer llena de días, como las gotas de agua que descienden del cielo durante una tarde lluviosa, de las cuales no sabremos de su existencia, de su origen, de sus gustos, de sus miedos, de sus pasiones, de sus secretos o de su raza, porque así, sin nada más, tomaremos caminos distintos.