He guardado silencio por cada miedo que he tenido, llegando a sentir que era una pequeña y delicada bomba con el reloj contando hacia atrás sin saber cuando llegaría a cero. Sabía que en cualquier momento tendría que hablar y reproducir en palabras cada sentimiento tortuoso dentro mío, hacerme oír era un reto y más cuando no sabes con quien hacerlo.

Sentada en el piso frío entre sollozos llegué al limite, ahogada en un mar de lágrimas, sabía que era el momento de hablar, el límite había llegado y tenía la oportunidad de explotar, estaba al lado de la persona correcta, quien a pesar de verme tan destrozada, aún seguía creyendo que era fuerte.

Así empecé a hablar y con cada palabra mi corazón se tranquilizaba y mi cuerpo se sentía más liviano hasta llegar a una última frase y dejar ver los miedos que en mi mente habitaban, dándome cuenta de que aquellos miedos, por más pequeños e insificantes que parecían, se habían acumulado tanto y teniendo un peso inmenso sobre mi.

Aprendí a hablar de lo malo, aprendí a livianarme el alma y dejar el silencio atrás, sobre todo aprendí que los miedos no pesan tanto cuando los compartes.