- Daiana, no tienes porque hacerlo.
- El problema es que quiero hacerlo.
- Tranquila, si ella va yo también iré, necesita alguien que la salve - dijo Alexander.
- Eres estúpido. Hablamos de un tema serio en el que niños pequeños no pueden entrar.
- Parad - dijo mi madre, a lo que Alexander y yo dejamos de discutir y le prestamos atención - no son tiempos fáciles los que corren hoy en día por Weymar .
Mi madre se levantó de la mesa en la que habíamos tomado el desayuno, y miró hacia la ventana grande del comedor, tras ella, todo el reino Central se veía rodeado de árboles y montañas, y el enorme sol de las mañanas que dejaba ver el largo pelo castaño de mi madre.
- Y mucho menos tú, Alexander. Ni siquiera has completado los entrenamientos de lucha.
- Pero madre - dejó de hablar al ver a mi madre girarse.
- La respuesta es no. No lucharéis contra los vikingos.
Refunfuñé aún sabiendo que así no conseguiría nada, me levanté de la silla y salí por la puerta del comedor, dirigiéndome a mi habitación. A lo lejos, escuché la voz de John Tuskblood, el comandante del ejército,, por lo que no pude evitar cotillear el mensaje que traía. ¿quizás noticias de más amenazas vikingas?
Me puse en el trozo abierto de puerta que habían dejado, y empecé a escuchar:
- Debería dejarlos ir. Si lo viven, será más efectivo que los entrenamientos que hacemos aquí - dirigiéndose a mi madre.
- Weymar nunca había estado en esta situación desde...
- La guerra contra el Norte - paró a mi madre - lo sé. Y nunca nos habíamos preparado para algo igual, porque desde entonces hemos intentado mantener la calma en todos los reinos - un suspiro salió de su boca - disculpe, mi señora, por lo que diré a continuación, pero creo que su padre estaría muy orgulloso de que lo hicieran.
Mi madre se quedó callada y dio unos pasos al frente dirigiéndose a la puerta, por lo que me eché atrás y fui hacia mi habitación.
Abrí la puerta y como siempre, estaba en mi cama mi gato hecho una bola, cerré la puerta y cogí mi blog de dibujo, me tumbé en la cama y empecé a dibujar. A los pocos minutos un sonido resonó en mi habitación, salí al pasillo para ver que podía ser, pero no había nadie. Otra vez, el mismo sonido. Hasta que me di cuenta de que alguien estaba lanzando piedras a mi ventana. Me asomé y vi a Jack debajo de la ventana, cuando la abrí me miró sonriente y me saludó con la mano.
- ¿bajas? - preguntó.
- Un minuto. - cerré la ventana y bajé las largas escaleras del castillo recogiéndome el largo vestido verde que llevaba.
- Señorita, ¿dónde cree que va? - me giré y me dirigí a la voz de Madame Catrice, una mujer mayor de pelo oscuro que siempre vestía con vestidos despampanantes y llevaba muchas joyas.
- Sería interesantísimo poder contárselo pero me están esperando.
La dejé sin palabras y fui corriendo al jardín, donde estaban los guardias controlando la puerta principal.
- Por fin - dijo Jack.
- Sólo ha sido un minuto - puse los ojos en blanco.
Nos dirigimos al bosque, donde teníamos un camino secreto que nadie más conocía. Veíamos animales, comíamos moras tumbados en la hierba, jugábamos a ver quién se caía al río mientras pasábamos por las piedras...
Era genial, me encantaba estar en la naturaleza, y sí, también con Jack, él también me gustaba, pero ninguno de los dos nos habíamos atrevido todavía a decir nada. Y sabía, que aquél día no iba a ser igual, porque con lo que estaba pasando, en algún momento iba a salir la conversación que los dos estábamos esperando.
- Así que... ¿te vas? - preguntó.
Me detuve, cogí aire, lo solté y hablé.
- Verás... Me encantaría ir, y no, no me gustan las guerras, sobre todo pensando en lo que le pasó a mi padre, y tampoco me gustaría dejarte con la pregunta de si estaré viva.
- Entonces no vayas, quedate conmigo.
- Pero no puedo hacer eso, gente inocente está muriendo por esos vikingos, y yo me he preparado para luchar desde pequeña.
Ninguno de los dos dijo nada, estábamos el uno frente al otro, mirándonos.
- Además sé que mi padre estaría orgulloso de mi decisión.
- O quizás tendría miedo de que su hija pudiera morir - dijo.
- ¿Por qué no vienes conmigo? - pregunté.
- Yo no he entrenado tanto como tú, no todo es tan fácil si vienes de padres campesinos.
- No te enfades. Además, no iré sola, voy con el general Tuskblood y su ejército - intenté persuadirlo.
- Yo no puedo hacer eso Daiana, tengo que ayudar a mi familia, sólo vivimos del campo y los animales, mi padre ya es mayor y debo estar con él, además, el general Tuskblood no me dejaría, no he realizado todos los entrenamientos.
- Aún no se qué haré.
Intenté calmarlo con esa última frase, pero no dio resultado. Estuvimos todo el camino hasta casa muy distantes y fríos, como dos extraños que se acaban de conocer. Ni siquiera se despidió como siempre, con un abrazo. Simplemente fue un adiós, buenas noches, duerme bien.