Un día te prometí que te haría un escrito sabiendo que ignorabas que he perdido la cuenta de la cantidad de ellos que existen guardados bajo llave en la misma carpeta de notas donde ahora escribo este.
Por mi cabeza pasaban temas sobre lo que podría tratar. Pensé qué tal vez te lo daría por nuestro primer mes o tal vez no, tal vez sería un regalo en un día cualquiera .
Un tiempo... Eso es lo que me pediste y es lo que acepté a darnos. Aún puedo recordar lo fuerte que latía mi corazón durante ese momento y como en mi mente la frase “no me dejes” se repetía una y otra vez. Recuerdo mi voz rota y la tuya tratando de mantenerse segura, recuerdo el estrés que comenzaba a hacerse presente en ambas y el “te quiero” al final de la llamada. No pasó un segundo después de cortar, cuando los ojos ya estaban inundados en lágrimas.
Esa noche desperté pensando que todo había sido un mal sueño, pero no lo fue. Fue esa madrugada cuando entendí que la probabilidad de volver a besar tus labios, era baja; qué tal vez nunca podría agarrar tu mano de nuevo y que aquel anillo que me había sido regalado, sería el recuerdo de aquello a lo que una llamada había dado fin.
Las semanas siguientes fueron un desastre; todo lo que pasaba por mi mente eras tú, tu sonrisa, tus labios, tu cabello... Pero no fue hasta la tercera semana que me di cuenta que no sólo había perdido a una persona en mi vida, si no que había perdido a mi apoyo incondicional, mis ganas de levantarme cuando todo parecía perdido, mi motivación para seguir adelante. Había perdido a la dueña de la sonrisa más hermosa que yo hubiera visto, a la chica que me había levantado y limpiado la tierra de las rodillas cuando la vida me había tirado de la peor manera posible; te había perdido.
Y ahí fue donde el verdadero martirio comenzó.
Jamás en la vida me había arrepentido tanto de algo. Mi corazón dolía cada vez que recordaba todo aquello que jamás hicimos, las cosas que dejamos pasar pensando que no eran tan importantes, olvidando que la vida es tan hija de p*ta, que te hace creer que habrá un después, un para siempre, y luego te lo quita en un segundo de la manera más inesperada posible; en un mensaje, una carta, una llamada...
Mi pecho ardía exigiendo un último abrazo, mis labios, un último beso y mi corazón, un último “te amo”.
Mi mente me torturó día tras día diciéndome cosas como; “si la hubieras llamado esa noche, si le hubieras dicho te amo en vez de te quiero, si le hubieras rogado que se quedara en vez de colgar”... Y una infinidad más de “si hubieras” que me volvieron loca, que me provocaron odio y rencor hacia mi misma. Cada día encontraba uno nuevo que dolía más que el anterior, y al final, las consecuencias se hicieron presentes.
Me llevó un tiempo volver a estar en paz conmigo misma, pero aún así, hay días en los que recaigo, en los que me rompo, y entonces todos aquellos pensamientos y culpas que trato de ignorar día con día, me atacan una vez más. Solo hace falta un segundo, un momento de debilidad para que mi corazón se vuelva a quebrar y la historia se vuelva a repetir una y otra vez en mi mente; mismo principio, mismos errores, mismo fin.
Mi amor, no tienes una idea de la cantidad de cosas que jamás llegue a decirte, y que a lo mejor, jamás podré, pero hay una en específico que si quiero que sepas:
Eres la persona más especial que he conocido en toda mi vida. Se qué hay muchísimas cosas que no te gustan de ti y que a lo mejor cambiarías si tuvieras la oportunidad, pero son precisamente esos “defectos” los que hacen que tus virtudes resalten de una manera increíble que te hacen la persona única que todos los que te conocemos, sabemos que eres.
Por favor necesito que jamás olvides que te amo con todo mi corazón, y que a pesar de todo, jamás lo voy a dejar de hacer.