Me encerré tanto en mi dolor que tomé un papel inanimado y vacío, cuando tocaba rodearme de gente, siempre ausente. Comencé a ser buenos oídos para el resto, objetiva y práctica, en mi ya no cabían sentimentalismos y, aunque cruda en ocasiones, mis amigas deseaban siempre que las escuchara .
Durante meses fui la consejera ideal, mi monotonía hizo que olvidaran mi presencia, dejaron de preguntar por mi, poco importaba cómo me sintiera, que deseara o esperara, yo solo escuchaba y jamás me molestó… hasta que comencé a vivir de nuevo, mis días volvían a tener sentido, cada mañana me levantaba buscando algo mas excitante que lo anterior y fue justo cuando necesité ser escuchada que me descubrí sola, rodeada de personas que solo les interesaba mi ayuda, buscaban desahogarse, y lo que necesitara, poco importaba. Nadie lo notó y ya no sabía como hacerme oír, me había convertido en confidente de un mundo que no conocía mi existencia.
Cuando necesité gritar ya no había quién me oyera, olvidaron que sé hablar, olvidaron que también necesito ser escuchada. Fue entonces cuando acepté que el silencio es mi mejor compañía. Hoy continúo siendo los oídos de quienes ya no me saben escuchar.