Nada les llena más que ver a un adulto soltar carcajadas con sus ocurrencias .
Literal y emocionalmente. Agacharte a su nivel, jugar a lo que ellos juegan o simplemente escucharlos con atención les demuestra que los ves, los entiendes y los valoras.
Aunque no lo digan, sienten un orgullo inmenso cuando “ganan”. A veces, ese empujoncito que les das les construye seguridad y autoestima.
Un “lo siento” sincero de tu parte les enseña humildad y les demuestra que los adultos también se equivocan. Es una lección de empatía y respeto.
Una notita en la mochila, un abrazo sorpresa o su merienda favorita sin que lo esperen. Esos pequeños gestos se quedan grabados en su memoria emocional.
Saber que conoces su helado favorito, su canción preferida o su juguete favorito les hace sentir vistos y amados por quienes realmente son.
Un dibujo, una historia inventada o ganar una carrera en el parque. Tus aplausos, sonrisas y orgullo son su mejor trofeo.
Ajustarles el gorro, prepararles la cama o vigilar que no se caigan. Esa protección sutil les da paz, aunque no lo digan con palabras.
Cuando cumples lo que dijiste, refuerzas su confianza en el mundo. Les enseñas que pueden contar contigo… y eso lo es todo.
Sin teléfono, sin distracciones. Solo tú, ellos y toda tu atención. Es en esos momentos cuando más profundamente se sienten amados.