A la lejanía, veo un retrato.
No llego a ver si se trata de una mujer o un hombre, pero de lo que si que estoy segura es de que sus ojos son rojos como la sangre y tenebrosos cómo una bañera repleta de tiburones.
Me encuentro en un pasillo, es frío, hasta gélido y mi cabeza gira y gira, dándome un malestar increíble.
Sin quererlo, veo como el retrato se va acercando: como si una cuerda la arastrara con la fuerza de algo o alguien hacia mí.
Poco a poco va avanzando, sus ojos brillan como dos linternas y estoy segura de que si me alcanza.
Me matará.
Yo corro. Corro como nunca pensaría que llegaría a correr .
Porque unas manos me aprisionan, me rodean y me aprietan con una fuerza que nadie pensaría que es venida de un ser humano.
Mis pulmones piden aire porque me estoy ahogando y el pánico grita por las paredes.
Susurros de risas escalofriantes resuenan alrededor y estoy llorando en lágrimas congeladas por lo irreal que es.