Ser bueno no está mal. El problema es cuando ser bueno se convierte en una excusa para no hacer nada .
Porque el "buenito", ese que nunca molesta, que siempre calla, que prefiere no meterse, que evita el conflicto a toda costa, no cambia nada. El buenito no incomoda al sistema, no rompe moldes, no construye caminos nuevos. El buenito deja que las cosas sigan como están. Y muchas veces, eso es parte del problema.
No se trata de pelear por pelear, ni de buscar enemigos en todos lados. Se trata de dar las batallas que valen la pena. Las externas, claro, pero sobre todo las internas. Esas que te exigen coraje, que te enfrentan con tus propios límites, con tus dudas, con tus voces saboteadoras que te repiten que no vas a poder, que no tiene sentido, que ya es tarde.
Porque no hay nada más desgastante que pelear contra uno mismo. Pero también, no hay nada más transformador. Pelear contra el mal afuera está bien, pero si no estás dispuesto a enfrentarte con tus propios miedos, con tu propia comodidad, con tus propias excusas, no vas a ir muy lejos.
Y no, no siempre vas a ganar. Vas a perder muchas veces. Te vas a frustrar, vas a querer tirar todo. Pero si seguís, si insistís, si volvés a pararte cada vez que caés, algo cambia. Cambiás vos, cambia tu entorno. Y ese cambio, aunque parezca pequeño, importa.
Elegir pelear, aunque no sepas si vas a ganar, es un acto de amor propio. Porque tu vida no puede estar gobernada por lo que es cómodo o aceptado. Tu vida tiene que responder a lo que vos creés que vale la pena. Y si eso implica exponerte, bancarte las críticas, arriesgarte a perder, entonces que así sea. Porque lo contrario es resignarse. Y resignarse es morirse de a poco.
Así que sí, ser bueno está bien. Pero si ser bueno te impide actuar, te impide decir lo que pensás, te impide luchar por lo que te importa… entonces ser bueno no sirve para nada.