Te lloran los ojos, estornudas sin parar, te pica la piel y te sientes agotado. Si alguna vez has pasado por eso, sabes lo molesto —y hasta incapacitante— que puede ser tener una alergia .
La respuesta corta: tu sistema inmune se está confundiendo. La larga… bueno, es fascinante.
Las alergias son el resultado de una respuesta exagerada del sistema inmune frente a sustancias inofensivas, llamadas alérgenos. Estas pueden entrar al cuerpo por la piel, por lo que respiramos o comemos. Cuando el sistema inmune detecta una proteína que no reconoce como "amiga", da la alarma: activa a las células B, que se encargan de producir anticuerpos del tipo IgE, especializados en esa proteína específica.
Una vez que esos anticuerpos están en circulación, se pegan a unas células llamadas mastocitos. Estas células, literalmente, están cargadas como bombas. Y cuando el alérgeno vuelve a aparecer y se une a los anticuerpos, el mastocito explota, liberando una tormenta de sustancias, entre ellas la temida histamina, que causa inflamación, picazón, mocos, tos, y más.
Curiosamente, este mecanismo es muy útil cuando se trata de combatir parásitos como gusanos. Pero cuando se activa contra el polvo, el polen o el cacahuate, se convierte en un problema. Y lo peor es que el cuerpo a veces se confunde porque ciertas proteínas se parecen entre sí. Es decir, tu sistema inmune podría confundir la proteína de un parásito con la de un camarón… y ya tienes alergia al marisco.
Aunque las alergias más comunes vienen de solo ocho alimentos, hay reacciones más raras que parecen sacadas de una película de ciencia ficción: hay personas alérgicas al frío, al sol, al agua, a la vibración, al ejercicio, al semen o incluso a su propia progesterona. Algunas de estas condiciones son tan extrañas que los médicos aún no saben si realmente son alergias o enfermedades autoinmunes con síntomas parecidos.
Lo que sí se sabe es que los síntomas alérgicos son muy variados. Pueden aparecer de inmediato o después de horas, o incluso días. Esto hace que identificarlas sea difícil. Y aunque no causan fiebre, pueden desencadenar reacciones tan fuertes como la anafilaxia, una emergencia médica.
¿Y por qué algunas personas tienen alergias y otras no? Parte de la respuesta está en nuestros genes. Si uno de tus padres es alérgico, hay entre un 30% y 50% de probabilidad de que tú también lo seas. Si ambos lo son, esa probabilidad puede llegar hasta el 80%. Pero el ambiente también influye: el estrés, la contaminación, los pesticidas, e incluso la falta de vitamina D podrían estar jugando un papel importante.
Hay teorías que apuntan a que vivimos demasiado “limpios”. La llamada "hipótesis de la higiene" sugiere que, al reducir el contacto con microorganismos desde pequeños, nuestro sistema inmune se desorienta y empieza a reaccionar ante cosas que no debería. También influye lo que comemos, cómo nacemos (cesárea o parto natural), si tomamos antibióticos y hasta los detergentes que usamos.
Antes, se creía que evitar ciertos alimentos en el embarazo o durante los primeros años prevenía alergias. Hoy se sabe que es todo lo contrario: una exposición temprana y controlada puede reducir las probabilidades de desarrollarlas.
¿Hay cura? En algunos casos, sí. Existen tratamientos de inmunoterapia que exponen al paciente a pequeñas dosis del alérgeno para ir acostumbrando al cuerpo poco a poco. Este enfoque ha mostrado tasas de éxito del 60 al 90%, aunque no funciona para todos ni para todas las alergias.
Y también está ese grupo afortunado que, con el tiempo, simplemente deja de ser alérgico. Aunque, con el ritmo de vida moderno, también hay quienes desarrollan nuevas alergias en la adultez.
Así que, si estornudas con solo ver una flor, o si un gato te arruina el día, no estás solo. Las alergias son parte de una batalla interna donde tu cuerpo, por protegerte, termina atacando lo equivocado.