Vivimos en una era donde “ser saludable” ha dejado de ser una práctica sencilla y equilibrada, y se ha convertido en un sinónimo de estatus. Hoy, el wellness se viste de etiquetas premium, rutinas imposibles, y una montaña de productos que prometen la plenitud, pero solo alimentan una industria millonaria basada en nuestras inseguridades.
¿Qué pasó con el wellness como estilo de vida consciente y balanceado? La definición original hablaba de mover el cuerpo, alimentarse bien, descansar, meditar .
Y lo más alarmante es que hemos comprado esa idea.
Las redes sociales están plagadas de “morning routines” que parecen catálogos de productos. Dormir con una cinta en la boca, una funda de seda, sueros para cada parte del rostro, y suplementos en ayunas como si fueran caramelos. Pero si en todo el día no comiste verduras, no tomaste agua o no te moviste del sillón, ¿de qué sirve?
Estamos volviendo a los 2000, pero con otro filtro: ya no se trata solo de adelgazar, sino de verse saludable. De parecer esa persona “que lo tiene todo junto”. Porque hoy el wellness no solo es consumismo: es también estatus.
Y eso duele.
Duele porque convierte el bienestar en un lujo inaccesible para muchas personas. Porque hace que quien no puede pagar un gimnasio boutique o una rutina de suplementos se sienta menos saludable, menos válida, menos en control. Y lo peor: distorsiona nuestra percepción de lo que verdaderamente es cuidarse.
La presión es real. Sentimos que si no tenemos “todo eso”, no estamos haciendo lo suficiente por nosotras mismas. Y eso genera ansiedad, dependencia, comparación constante y hasta culpa.
¿Te suena?
Entonces, ¿qué podemos hacer?
Volver a lo básico. Comer bien, movernos, descansar, buscar herramientas accesibles para cuidar nuestra salud mental. Cuestionar lo que nos venden, dejar de asumir que si algo es tendencia, automáticamente es bueno para nosotras. Y lo más importante: adaptar el bienestar a nuestra vida real, a nuestro contexto, a lo que tenemos y podemos.
La industria no va a parar. Va a seguir mutando, creando nuevas necesidades. Pero tú sí puedes frenar, observar y decidir con más conciencia. Porque al final, la salud no debería sentirse como una tarea pendiente... sino como una forma amorosa de vivir.