Tengo el alma como un cuarto desordenado. Digo que no invito a nadie porque me da vergüenza el caos, pero la verdad es que me asusta que alguien entre, y encima, no quiera quedarse.
He confundido intensidad con profundidad. Pasión con conexión. Dolor con amor. Y no es mi culpa. A veces, cuando solo conoces el incendio, piensas que el calor es lo único que te mantiene viva. Pero cariño… el fuego también destruye lo que más amas si no sabes cuándo apagarlo.
Voy por la vida con el corazón en carne viva y las defensas en alto, pidiendo que me entiendan, pero sin permitir que nadie se acerque lo suficiente como para hacerlo.
Y luego me pregunto por qué me siento sola.
¿Cómo no iba a estarlo, si yo misma me he encerrado con siete llaves y he perdido el mapa?
Me exijo que todo tenga sentido.
Que haya una lógica detrás del abandono, una explicación a por qué a veces parezco herida antes de que siquiera me toquen.
Pero no siempre la hay.
A veces solo soy yo, atrapada en una versión vieja de mi misma, repitiendo guiones que ya no necesito.
Y en el fondo… lo se. Se que merezco algo mejor. Pero eso significa elegirme a mi misma, incluso si otros no lo hacen. Y eso duele más que cualquier rechazo.