Desde pequeños, nos enseñan a esforzarnos por ser mejores, a alcanzar estándares externos y a buscar la aprobación de los demás. Sin darnos cuenta, crecemos con la idea de que debemos hacer, tener o ser más para merecer amor y aceptación .
Pero, ¿qué pasaría si nos detuviéramos un momento a cuestionar estas creencias?
Uno de los mayores mitos del amor propio es que solo podemos querernos cuando alcanzamos cierta versión ideal de nosotros mismos. Nos decimos: *"Seré feliz cuando baje de peso"*, *"Me sentiré valioso cuando tenga éxito"* o *"Mereceré amor cuando sea perfecto"*. Sin embargo, el amor propio no debería ser una meta lejana, sino una práctica constante que nos permita aceptarnos en cada etapa de nuestra vida.
Otro mito común es que el amor propio significa sentirse bien todo el tiempo. La realidad es que amarse también implica reconocer nuestras sombras, aceptar nuestros errores y tratarnos con compasión incluso en los días difíciles. No se trata de ignorar nuestras áreas de mejora, sino de trabajar en ellas desde un lugar de respeto y comprensión, en lugar de la autocrítica destructiva.
También se nos ha hecho creer que el amor propio es egoísmo. Muchas personas sienten culpa por priorizarse, pero en realidad, cuidar de uno mismo es el primer paso para poder dar lo mejor a los demás. No podemos llenar una copa vacía; cuando nos tratamos con amor y respeto, estamos mejor preparados para ofrecer lo mismo a quienes nos rodean.
La verdad es que no necesitas hacer nada extraordinario para ser suficiente. No necesitas validación externa ni cumplir expectativas irreales. Eres valioso tal como eres, con tus luces y sombras, con tus logros y fracasos. Aprender a aceptarte y amarte en el presente es el verdadero acto de amor propio.
Cuando dejas de perseguir una versión idealizada de ti mismo y comienzas a reconocerte con compasión, descubres que nunca hubo nada que demostrar. Eres suficiente, siempre lo has sido y siempre lo serás.