Huellas Inolvidables

Nos enseñaron que la amistad verdadera dura toda la vida. Nos lo vendieron como un lazo inquebrantable, casi sagrado .

Pero la verdad es que la amistad no es eterna. Y ahí está su magia.

A lo largo de los años, personas que una vez fueron tu refugio se convierten en recuerdos. Amigos inseparables se alejan sin previo aviso. Y no porque haya traición o rencor, sino porque la vida tiene la mala costumbre de cambiar de escenario sin pedir permiso.

Nos enseñaron a medir la amistad en tiempo, cuando en realidad debería medirse en impacto. No es quién estuvo más años, sino quién estuvo cuando el mundo se caía a pedazos. Quién te hizo reír cuando el nudo en la garganta amenazaba con ahogarte. Quién creyó en ti cuando ni tú mismo lo hacías.

La amistad es fugaz porque la vida lo es. Y eso la hace aún más valiosa.

Así que deja de obsesionarte con quién sigue y quién se va. No busques amigos eternos, busca momentos inolvidables. No esperes promesas de “para siempre”, disfruta los “aquí y ahora”. Porque la verdadera amistad no se mide en años, se mide en huellas.

Y créeme: las huellas que dejan los buenos amigos no desaparecen nunca.

Un día te das cuenta. No de golpe, sino en esos instantes silenciosos en los que el pasado susurra. Revisas fotos antiguas, recuerdas conversaciones a las tres de la mañana, risas que hicieron doler el estómago. Algunos de esos amigos ya no están. No porque algo haya salido mal, sino porque la vida siguió su curso.

Pero en lugar de tristeza, sientes gratitud. Porque estuvieron cuando más los necesitaste. Porque compartieron contigo un pedazo de su historia. Porque, aunque ahora sus caminos sean otros, dejaron huellas en ti que nadie podrá borrar.

Y ahí, en ese instante de comprensión, sonríes. Porque entiendes que la amistad no se pierde, solo cambia de forma. Y eso, de alguna manera, también es una forma de eternidad.

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