El Refugio del Alma
El sol, un pincel dorado, pintaba el horizonte con tonos naranjas y rosados, como si el cielo mismo quisiera dar la bienvenida a un día de descanso. La brisa suave, cargada del aroma a tierra húmeda y flores silvestres, susurraba secretos ancestrales, invitándome a dejar atrás el bullicio de la ciudad .
Al llegar, la sonrisa de mi abuela, radiante como el sol naciente, iluminó el portal. Sus arrugas, mapas de una vida llena de historias, se suavizaron al verme, y sus ojos, dos luceros, brillaron con una alegría que llenó mi corazón. El abrazo de mi abuelo, fuerte y cálido como un roble, me recordó la solidez del amor incondicional.
El paisaje que se extendía desde el patio trasero era un cuadro vivo: montañas majestuosas que se alzaban como guardianes silenciosos, un riachuelo cristalino que cantaba melodías ancestrales, y árboles frutales cargados de vida, ofreciendo sus frutos como un regalo de la naturaleza. Mientras caminábamos juntos, sus manos entrelazadas con las mías, me contaron historias de tiempos pasados, de risas y lágrimas, de sueños y esperanzas.
El tiempo se detuvo, y el mundo exterior se desvaneció. Solo existía el presente, el calor de su compañía, la sabiduría de sus palabras y la belleza del #paisaje que nos rodeaba. La comida, preparada con amor y sazón de hogar, alimentó no solo el cuerpo, sino también el alma. Cada bocado era un recordatorio de la importancia de las raíces, de la familia y de la tradición.
Al caer la tarde, el cielo se vistió de estrellas, y la luna, una perla en la oscuridad, iluminó el camino de regreso. El corazón lleno de #gratitud y amor, me despedí de mis abuelos, sabiendo que llevaba conmigo un pedacito de su sabiduría y la calidez de su #cariño.
Ese día, en ese paisaje mágico, encontré la paz que tanto anhelaba, la conexión con mis raíces y la certeza de que el amor de la familia es el #refugio más hermoso que existe.
