Todo en esté mundo es transitorio, todo fluye y se transforma.
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Esa frase de Adolfo Bioy Casares es una declaración sobre la fragilidad de toda empresa humana y, al mismo tiempo, una afirmación de la responsabilidad que nos atañe a pesar de ello. Nos dice que nada se construye sobre la roca firme de la certeza, sino sobre la arena movediza de la incertidumbre .

Sin embargo, nuestro deber no es rendirnos ante la inestabilidad, sino edificar con convicción, con la determinación de quien se esfuerza por dar solidez a lo que, por naturaleza, es efímero.


 


Podemos leer esta reflexión desde múltiples perspectivas. En lo personal, nos recuerda que nuestras decisiones y proyectos no tienen jamás una base completamente estable. Siempre habrá factores imprevistos, cambios abruptos, dudas que erosionan nuestras certezas. No obstante, la vida no nos da el lujo de esperar un terreno inamovible para actuar. Debemos construir, amar, aprender y vivir aun cuando el suelo bajo nuestros pies pueda derrumbarse en cualquier momento.


 


Desde un punto de vista filosófico, esta idea entra en diálogo con la noción de la impermanencia. Todo en este mundo es transitorio, todo fluye y se transforma. El ser humano, en su anhelo de seguridad, busca construir estructuras que perduren, pero la realidad le demuestra que todo es susceptible de cambio. La clave no está en la desesperación por la fugacidad de las cosas, sino en la capacidad de persistir a pesar de ello, de encontrar sentido en la construcción misma, en la resistencia que nos define.


 


Mientras saboreamos un exquisito café colombiano "El Criollo", con su suavidad ligera y esos toques florales que evocan la riqueza de la tierra antioqueña, podemos pensar en cómo esta bebida es el resultado de un proceso que, de alguna manera, también desafía la incertidumbre. Cada grano de café ha sido cultivado en una altitud superior a los 1.400 metros, expuesto a los caprichos del clima, la fertilidad de la tierra y el arduo trabajo de quienes lo cosechan. Y sin embargo, a pesar de esa aparente fragilidad, lo que obtenemos es una taza perfecta, un momento de pausa en el tiempo que nos invita a reflexionar.


 


Así también es la vida. No importa cuán inestable sea la arena sobre la que construimos, lo esencial es edificar con la convicción de que cada acto, cada palabra, cada esfuerzo, tiene un sentido. Porque, al final, el propósito no es garantizar que la construcción resista para siempre, sino que, mientras permanezca, sea significativa.

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