El hombre: come sin tener hambre y bebe sin tener sed 
Hace 2 días
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Imagina que estamos en una tranquila terraza con vistas al océano, con el aroma envolvente de un exquisito café Kona de Hawái llenando el aire. Cada sorbo nos revela su compleja personalidad: una mezcla armoniosa de notas de frutas tropicales, caramelo, nuez y especias suaves, fruto de un terroir privilegiado y de un método de cultivo artesanal que honra la paciencia y la tradición .

Es el café ideal para acompañar una profunda reflexión, como la que nos propone Mark Twain en esa aguda observación.


 


Esa frase, más que una crítica superficial, es una disección implacable de la incongruencia humana. Twain nos enfrenta a una realidad incómoda: la del ser humano como una criatura excesiva, que ha trascendido sus necesidades biológicas para caer en la insatisfacción perpetua. Mientras que los animales actúan movidos por la supervivencia, el hombre ha convertido el acto de vivir en un desordenado festín de deseos, carencias artificiales y vacíos que intenta llenar sin éxito.


 


Comer sin hambre y beber sin sed no solo habla de un exceso material, sino de una falta de conexión con nuestras verdaderas necesidades. Comemos para distraernos, bebemos para evadirnos, acumulamos más de lo que necesitamos, y aun así, seguimos sintiéndonos insatisfechos. Es una metáfora del vacío existencial: la búsqueda compulsiva de placer o confort para calmar inquietudes más profundas, que tal vez no tengan solución en lo tangible.


 


Pero el punto más demoledor de la frase es el último: "habla sin tener nada que decir." Si la alimentación puede ser una forma de llenar el cuerpo sin hambre, las palabras pueden ser un intento de llenar el silencio sin propósito. Twain señala con ironía cómo el hombre, a diferencia de los demás animales, habla no para comunicar, sino muchas veces para llenar el vacío, para encubrir su falta de pensamiento o simplemente para oírse a sí mismo. En un mundo donde el ruido parece valer más que la reflexión, esta crítica es más vigente que nunca.


 


Quizás, en medio de este análisis, el café Kona nos ofrece una lección diferente: nos recuerda la importancia de saborear, de apreciar con conciencia lo que consumimos. Cada taza es el resultado de la paciencia, de la armonía con la tierra y del arte del cultivo. ¿Y si aplicáramos este mismo principio a nuestra existencia? ¿Y si comiéramos con verdadera hambre, bebiéramos con genuina sed y habláramos solo cuando nuestras palabras aportaran algo real?


 


Tal vez la respuesta de Twain a su propia frase sería simple: vivamos con intención. No como autómatas del exceso, sino como seres conscientes del significado detrás de cada acto. Y quizás, en ese camino, cada sorbo de café, cada palabra dicha y cada bocado consumido cobren un sentido que trascienda la mera costumbre.

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