Me mira y se para el mundo; sonríe, y mi mundo es él.
Sueño. Observo .Pienso.
Sueño con su voz, esa que te abraza con cada sinfonía. Sueño con sus manos, las mismas que me rozan y erizan mi piel.
Observo fijamente sus ojos sinceros, contemplan la tormenta y, aún sabiendo que todo se lo llevará la marea, agarro su mano y me hundo con el.
Me hundo. Nos hundimos entre olas de colores, de sonidos y de rosas. Olas que no son solo de agua.
Vamos dando bandazos y pienso.
Pienso en su voz, aquella que me calma.
Pienso en sus manos, esas que cogen el timón y se enfrentan a todas aquellas espinas que nos dañan sin saberlo al estar contemplando ciegamente en todo lo bonito que tiene la flor.
Un tornado, así podría definirse el estado psíquico de ambos. Gritos. Sonidos que se desplazan con el aire, en la mente, en forma de bucle y que cada paso son un poco más fuertes, un poco más fríos y están un poco más muertos.
Son sinónimo de esperanzas perdidas, de latidos callados que con los choques provocan silencios, los mismos que cubren todos los escombros, o sentimientos, que nunca nos atrevimos a decir.
Y si de algo me he dado cuenta, es que todo empieza en su sonrisa y termina en su mirada, la que sin decir palabra penetra hasta lo más dentro del alma y refleja, en bucle, que a mí siempre me ha dado miedo todo lo relacionado con el mar, incluida la palabra "amar".