Andrés Eloy Blanco...Las 12 gotas trémulas de la noche vieja.
28 Feb, 2025
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ANDRÉS ELOY BLANCO: LAS DOCE GOTAS TRÉMULAS DE LA NOCHEVIEJA


 


La Navidad nuestra va desde la tristeza al frenesí de la alegría, desde la melancolía al jolgorio más desmesurado. Los cánticos son rotundos, a veces sacrosantos, a veces profanos .

Allí están en nuestra historia cultural un sinnúmero de letrillas que, si bien ensalzan al Niño por venir, entre una y otra coplilla se cuela la picaresca de nuestra gente. Las parrandas y los aguinaldos eran su máxima distinción, digo eran, porque las saturnales de hoy tienen otras vetas, otros consumos. La mayoría del repertorio navideño es anónimo, pertenece al pueblo, vale decir, a nadie. Pero mientras celebramos ese pasado, en el camino surgen nuevas luces, un surtido de ritmos y palabras que engrandecen el acervo de esa anonimia. Somos anónimos, gratia plena. Nuestros poetas, por supuesto, no fueron ajenos a esa tradición. Curiosamente los más notables textos que gozaron de popularidad fueron obras de nuestros humoristas, entre ellos Francisco Pimentel (Job Pim) y Aquiles Nazoa en esa legendaria y nostalgiosa navidad nuestra. Andrés Eloy Blanco, que también aplicó con eficiencia sobre el tema, nos dejó textos significativos entre lo picaresco y una seriedad marcada por la política, circunstancias de lejanía y de exilio. Le tocó vivir dos duras e insufribles dictaduras. Como sabemos, buena parte de su obra la escribió en la cárcel, poca de ella en libertad, y la más destacada y acendrada desde el exilio o en uno de esos viajes que le impuso su agenda de escritor. Hay que no ser afecto a la poesía para no sentir los roces de humanidad y plenitud que se desprenden de las páginas de sus libros, más allá de que, a veces, la voz esclava de la palabra que improvisa, deje pasar lo trivial. Y no hablemos de arrepentimientos una vez que el poema ha dejado de pertenecernos. El cuento “Noche de reyes” es un texto político, de aparente inocencia, aliñado con ese ingrediente de la posnavidad. Si leemos con más detenimiento observaremos cómo el tema de la infancia es relevante en su obra. Andrés Eloy nunca se apartó de su niño, y eso lo hizo grande. Muchas de sus felices metáforas llevan a cuesta un niño. La cruda y dolorosa anécdota de “Noche de Reyes” nos despide con un padre y seis niños en desamparo. En “La Juambimbada” el tema navideño tiene una sección aparte. “Belén”, ese viaje imaginario por el espacio del mito, en el que recrea el nacimiento desde el soplo de una mirada; pero su poema navideño que se sembró en “el corazón de Venezuela”, así titula su libro más importante Alí Lameda, fue “Las uvas del tiempo”, escrito en Madrid en 1923, y que por décadas las familias venezolanas lo declamaban como una oración para despedir la Nochevieja. El niño de 27 años está en Madrid y clama, ante la inminencia del año que se va, por el regazo de la madre. No es lo mejor de su poesía; es un poema testimonio, una carta de reparos del amor en aquellas difíciles circunstancias, entre el extrañamiento del lugar donde se encuentra y la nostalgia del afecto de los suyos al otro lado del Atlántico. “Madre esta noche se nos muere un año”, con este verso puntual empieza su invocación de ausencia. Nos dirá: “Esta es noche en que todos se ponen/ una venda en los ojos,/ para olvidar que hay alguien que está cerrando un libro,/ para no ver la periódica liquidación de cuentas,/ donde van las partidas al Haber de la Muerte..” y señalar “Madre, cómo son ácidas/ las uvas de la ausencia”. Todo un acto de contrición transita por sus versos ateridos, reflexivos: “Y ahora me pregunto;/ ¿Por qué razón estoy yo aquí?, ¿qué fuerza/ pudo más que tu amor, que me llevaba/ a la dulce anonimia de tu puerta?/ ¡Oh, miserable vara que nos mides!/ el Renombre, la Gloria..¡pobre cosa pequeña!/ cuando dejé mi casa para buscar la Gloria,/ ¡cómo olvidé la gloria que me dejaba en ella!”, lo que da una medida de cómo asumía esos fardos de agasajos y premios que a muchos enloquecen y apartan del común. Aborda en esa soledad extranjera un hecho que ya zumbaba como los sutiles agravios con que los avecindados a su oficio seguramente dejaban correr de oreja a oreja, lo que dejará más claro en su “Carta a Udón Pérez” de 1925. “¡Oh, mi casa sin críticos, mi casa donde puede/ mi poesía andar como una Reina!/ ¿Qué sabes tú de formas y doctrinas,/ de metros y de escuelas?/ tú eres mi madre, que me dices siempre/ que son hermosos todos mis poemas; / para ti, yo soy grande, cuando dices mis versos, / yo no sé si los dices o los rezas...” Concluye su poema con cuatro endecasílabos que buscan trascender aquella noche grávida y última de 1923 en Madrid.


 


y vino toda la acidez del mundo


a destilar sus doce gotas trémulas,


cuando cayeron sobre mi silencio


las doce uvas de la Nochevieja.


 


 El espíritu del tiempo cambia, claro que cambia, como son otras las erosiones del viento; pero el ácido es el mismo que deja en el ambiente un vaho, no ya de fermentadas uvas, sino un ácido cruel, corrosivo, de la estupidez de quienes detentan el poder para oprimir y avasallar a los pueblos. Ayer eran las cuentas que van “al Haber de la Muerte” del funesto Juan Vicente Gómez, hoy corre la misma cuenta en ese malversado tiempo nuestro bajo los fríos cálculos de los espantos de la historia. Eso estremecía su espíritu en la bullente y soledosa para él noche madrileña. Esas “doce gotas trémulas” volverán a caer sobre nuestro silencio cuando despidamos la Nochevieja, víspera de 2023, cuando alcance la centuria su icónico poema. Templanza y optimismo, queridos. 


 


Ramón Ordaz

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