Relación con un Narcisista
25 Feb, 2025
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“Sombras en el espejo”


Cuando Lucía conoció a Daniel, sintió que el universo entero había conspirado para unirlos. Él era carismático, encantador y parecía conocer cada uno de sus pensamientos antes de que los dijera .

“Nunca había sentido algo así por nadie”, le decía él con una intensidad que la hacía temblar.


Al principio, todo fue perfecto. Daniel la colmaba de atenciones, le escribía mensajes a cada hora y le hacía sentir que era lo más importante de su vida. “Eres especial”, le susurraba, “nadie te ha sabido valorar como yo”. Lucía, que siempre había dudado de sí misma, empezó a creerlo.


Pero con el tiempo, el brillo del cuento de hadas se fue apagando.


Primero fueron pequeños comentarios disfrazados de preocupación. “Esa amiga tuya no te conviene”, “¿Por qué hablas tanto con ese compañero del trabajo?”, “Deberías vestirte más elegante, como a mí me gusta”. Cada vez que Lucía intentaba protestar, Daniel suspiraba y la 

“Sombras en el espejo”


Cuando Lucía conoció a Daniel, sintió que el universo entero había conspirado para unirlos. Él era carismático, encantador y parecía conocer cada uno de sus pensamientos antes de que los dijera. “Nunca había sentido algo así por nadie”, le decía él con una intensidad que la hacía temblar.


Al principio, todo fue perfecto. Daniel la colmaba de atenciones, le escribía mensajes a cada hora y le hacía sentir que era lo más importante de su vida. “Eres especial”, le susurraba, “nadie te ha sabido valorar como yo”. Lucía, que siempre había dudado de sí misma, empezó a creerlo.


Pero con el tiempo, el brillo del cuento de hadas se fue apagando.


Primero fueron pequeños comentarios disfrazados de preocupación. “Esa amiga tuya no te conviene”, “¿Por qué hablas tanto con ese compañero del trabajo?”, “Deberías vestirte más elegante, como a mí me gusta”. Cada vez que Lucía intentaba protestar, Daniel suspiraba y la miraba con decepción. “Lo digo por tu bien, pero parece que no me escuchas. A veces me pregunto si realmente me quieres”.


Lucía empezó a cuestionarse todo. Quizá Daniel tenía razón. Quizá ella no sabía cómo comportarse en una relación. Se esforzó por ser mejor para él, por evitar cualquier cosa que pudiera molestarlo. Pero por más que lo intentaba, nada era suficiente.


Las críticas se hicieron más crueles. “Siempre haces un drama de todo”, le decía cuando se atrevía a expresar su malestar. O peor aún, la ignoraba por horas, días, hasta que ella terminaba disculpándose por algo que ni siquiera entendía.


A veces, después de una discusión, Daniel volvía a ser el hombre del que se había enamorado. “Perdóname, amor”, decía con lágrimas en los ojos. “Es que me vuelves loco. No quiero perderte”. Y entonces, la abrazaba tan fuerte que Lucía se convencía de que todo valía la pena.


Pero la paz nunca duraba.


Lucía empezó a sentirse perdida, como una sombra de la mujer que alguna vez fue. Ya no reía tanto, ya no salía con sus amigos, ya no confiaba en su propio juicio. Miraba su reflejo en el espejo y apenas se reconocía.


Hasta que un día, mientras revisaba su teléfono, vio una conversación entre Daniel y otra mujer. Las mismas palabras que él le había dicho al principio —“Eres especial”, “Nunca había sentido algo así por nadie”— estaban ahí, pero dirigidas a otra persona.


Algo dentro de Lucía se rompió.


Por primera vez en mucho tiempo, no lloró. No gritó. Solo sintió una calma extraña, como si de repente todo hubiera cobrado sentido. Daniel nunca la había amado; solo la había usado para alimentar su ego.


Aquella noche, mientras él dormía, Lucía hizo su maleta. No dejó notas, no buscó explicaciones. Simplemente cerró la puerta y, con cada paso que daba, sintió cómo el peso de sus hombros se hacía más ligero.


La ciudad seguía siendo la misma, pero ella no.


Por primera vez en mucho tiempo, se sintió libre.

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