En un lujoso restaurante de Hollywood, John Wayne estaba sentado tranquilamente en su mesa, disfrutando de su comida, cuando se percató de un alboroto a pocos metros de distancia. Un cliente adinerado, vestido con un elegante traje, estaba agrediendo verbalmente a un joven camarero .
Wayne, conocido por su intolerancia hacia los matones, observó la escena unos instantes antes de levantarse. Su mera presencia atrajo inmediatamente la atención. Con sus dos metros de altura y la misma postura imponente que le había convertido en un icono en películas como Sombras Rojas y Senderos Salvajes, se acercó a la mesa del hombre. Puso la mano firmemente sobre la silla del cliente y se inclinó ligeramente hacia él. Con su voz profunda y firme, rompió el silencio:
"En mis películas, los matones no duran mucho".
La mirada de Wayne era penetrante. La ostentosa confianza del rico patrón se disolvió al instante. El hombre murmuró algo, bajó la mirada y volvió a concentrarse en su plato, intentando recuperar la compostura. El joven camarero, visiblemente conmocionado, permaneció inmóvil un momento y luego hizo un gesto de agradecimiento a Wayne. Sin añadir nada más, el actor volvió a su asiento. El mensaje había sido claro: el momento había terminado.
A menudo se consideraba a John Wayne como la encarnación de la masculinidad de Hollywood, pero quienes le conocían de verdad sabían que poseía un firme código de honor. Podía ser directo, a veces brusco, pero detestaba a quienes se aprovechaban de su posición para humillar a los débiles. Criado en una familia obrera y marcado por las penurias de la Gran Depresión, conocía el valor del trabajo y el respeto por quienes se esforzaban cada día.
Aquella escena en el restaurante no fue un incidente aislado. En el rodaje de La batalla del Álamo, Wayne se aseguró personalmente de que los miembros del equipo recibieran un trato justo, interviniendo cuando sospechaba que estaban mal pagados. Incluso durante el rodaje de The Grit, cuando un productor regañó duramente a un técnico, Wayne intervino, recordando a todos que cada persona del plató era crucial para el éxito de la película.
Su imponente figura en la pantalla también se reflejaba a menudo en la vida real. Quienes habían trabajado con él hablaban de su integridad y de su firme convicción de que la justicia y el respeto debían concederse a todos, independientemente de su papel o estatus.
Al final de la velada en el restaurante, mientras el joven camarero volvía lentamente a sus tareas, Wayne dejó discretamente una generosa propina sobre la mesa y se marchó sin esperar reconocimiento. No necesitaba aplausos: para él, los gestos contaban más que las palabras.
John Wayne creía que el respeto no era un privilegio reservado a los poderosos, sino un derecho de todos.