En el año 870 nació Aethelflaed, la hija mayor del legendario rey Alfredo el Grande. Pero ella no era una princesa común y corriente .
Desde joven, Aethelflaed demostró que no necesitaba que la rescataran. En una ocasión, mientras se dirigía a su boda, su grupo fue atacado por vikingos. Lo que debió haber sido una celebración terminó en una brutal lucha por la supervivencia. Al final, solo ella, un guardaespaldas y una sirvienta quedaron en pie.
Su matrimonio con Aethelred, Señor de los Mercianos, fue clave para el futuro de Inglaterra. La alianza entre Mercia y Wessex acercó a los reinos anglosajones a la unificación, algo que los vikingos querían evitar a toda costa. Pero Aethelflaed no era de las que retrocedían.
En 911, su esposo murió y, en lugar de ser relegada a un segundo plano, Aethelflaed asumió el poder con el título de “Dama de los Mercianos”. La nobleza la respetaba porque, para ser sinceros, ella había sido quien realmente dirigía Mercia durante los últimos años.
A partir de ese momento, Aethelflaed se convirtió en una de las líderes más temidas por los vikingos. En 915 los enfrentó en Gales, y en 916 invadió el territorio galés porque habían asesinado a un abad inglés… y a ella no le gustaban las injusticias. Un año después, en 917, logró una de sus victorias más importantes al recuperar Derby de los daneses. Leicester y York no tardaron en rendirse ante su liderazgo.
Pero Aethelflaed no solo luchaba con la espada. También reconstruyó carreteras romanas y dejó su huella en la arquitectura, como la catedral de Gloucester, que aún se mantiene en pie.
Sin embargo, su tiempo en este mundo se agotó en 918, cuando murió en pleno apogeo de su lucha por consolidar Inglaterra. Su hija, Aelfwynn, continuó su legado y se convirtió en la primera mujer en suceder a otra mujer en el poder en toda Europa, algo que no se repetiría hasta Lady Jane Grey, María y la icónica Isabel I, 600 años después.
Pero, como en toda historia medieval, las traiciones y ambiciones no tardaron en aparecer. Su hermano Eduardo no permitió que Aelfwynn mantuviera el trono por mucho tiempo. Aún así, fue su hijo, Aethelstan, quien años después lograría la unificación total de Inglaterra en el 927, cumpliendo el sueño por el que su madre tanto había luchado.
Así fue como Aethelflaed, la reina guerrera que los vikingos aprendieron a temer, dejó su huella en la historia. Una mujer que desafió su tiempo, empuñó la espada cuando fue necesario y allanó el camino hacia la Inglaterra que hoy conocemos.