Viernes, 11 de septiembre de 2015
Querida víctima del bullying:
Soy Cristina, una chica nacida en Málaga hace 26 años, pero que vive en Torreblanca, un pueblo de Castellón.
Me imagino lo que debéis estar pasando tanto tu familia como tú, por el acoso escolar que sufres, porque pasé por eso durante 10 años, desde la educación primaria hasta que acabé la Secundaria obligatoria.
Cada vez que recuerdo o me contaban los que me maltrataban, todas las cosas que me hicieron desde que tenía casi seis años, -soy una de las personas más jóvenes de los nacidos en 1988-, hasta los 16, me ponen de mal humor y me hacen pensar si de verdad se merecen que les perdone y les de una oportunidad para demostrarme que han cambiado.
Durante la primaria, sólo tenía el apoyo de mi madre y un profesor. Al menos en 6º, porque desde 1º hasta 5º no recuerdo que ninguno me defendiera más bien todo lo contrario, si me defendía yo, me expulsaban de clase.
El insulto más ingenioso, me lo dijeron en esa etapa: “si la grasa fuese oro, tú serías un tesoro”, me dijo un chico .En aquel momento, me sentó mal pero ahora cada vez que lo recuerdo, me parto de risa.
Por otra parte, en tercero los insultos fueron aumentando debido a que me detectaron miopía y tuve que ponerme gafas, lo que desató que además de meterse con mi sobrepeso, empezaran a llamarme “cuatro ojos”, por llevar gafas y alguna que otra amenaza con rompérmelas si no bajaba de un columpio.
Una vez en 4º, si no me falla la memoria pasó eso, una chica me estaba pegando y a la única que vieron pegar fue a mi y acabé siendo enviada al despacho del director. Lo peor no fue ir al despacho del director, si no que desde 4º de primaria hasta que acabé la ESO, los estudios empezaron a costarme más y no me concentraba a causa del bullying, haciendo que me recomendaran ir a un psicólogo.
Las cosas no fueron a mejor durante la secundaria obligatoria, pues mis notas empeoraban, el psicopedagogo del centro le dijo a mi madre que yo no valía para estudiar, tuve que repetir 2º y sólo dos compañeros de clase me defendían hasta que llegué a 4º y una amiga mía de Madrid se mudó a vivir aquí, lo cual hizo que yo tuviera un apoyo en la última paliza que me pegaron.
La recuerdo como si me la hubieran pegado ayer; yo estaba en la cafetería con mis dos mejores amigos hablando, y la chica que siempre estaba acosándome por teléfono diciéndome que era mi peor pesadilla, se asomó para insultarme. Yo estaba tan quemada que me levanté y cuando llegué a la puerta, empezó a pegarme. Al cabo de unos cinco minutos, teníamos a casi todo el instituto alrededor, y animándola a ella mientras yo estaba intentando defenderme desde el suelo. Ahí fue cuando llegó mi amiga Rebeca a defenderme, sin querer le di un puñetazo y se enfadó conmigo (por suerte luego me perdonó), pero yo fui la primera en pisar el despacho del director.
Al salir de clase, empezó a buscarme y al verme en el coche de mi padre, empezó a patearlo. Salí del coche y continuó la pelea, rodeada de gente animándola, me rompió las gafas y acabé con el cuerpo lleno de moratones causados por las patadas que me propinaba estando en el suelo e indefensa por tener las gafas rotas. Vino la guardia civil a hacer un parte por lo sucedido, el director y el jefe de estudios, no recuerdo qué hicieron o dijeron, pero mi padre y yo estábamos tan hartos, que esa fue la última denuncia que acabó en un juicio dos o tres años después, -cuando yo había rehecho mi vida, era feliz y tenía más amigos-.
En esos diez años, tuvimos varios juicios y, hasta los médicos forenses vinieron al instituto para hacer pruebas a los que me acosaban, sin sacar ningún motivo concreto a esas actitudes a diario contra mí.
Mis únicas vías de evasión de la realidad eran: pensar que en unos años todo mejoraría, esconderme en la biblioteca del instituto -o si estaba paseando por el pueblo, en la pública -, leer y ver las películas de Harry Potter, -dónde podía estar en un mundo diferente al mío, salir del infierno en el que vivía durante unas horas y reírme con las bromas de los Fred y George Weasley- , escuchar música de casi todo tipo, y buscar más aficiones para no estar pensando en lo que estaba sufriendo.
Si he aprendido algo de la vida y de esta fantástica saga creada por la señora J.K Rowling, es que los amigos están desde el inicio hasta el final contigo.
Cada dos por tres, me agregan a un grupo de Whatsapp para ir a una cena o reunión con ellos para demostrar que “han cambiado”. Por supuesto, que no iré porque perdoné a dos de ellos cuando estábamos en bachillerato y empezaron a contar a dos de mi clase que me apedrearon las manos cuando era pequeña, -yo eso me lo tomo como una traición a la confianza y amistad que les di- y perdieron toda opción para recuperarla.
Sé fuerte, valiente y nunca pienses que estás sola ni en quitarte la vida, hay que intentar ser positivo/a y pensar que las cosas en el futuro van a cambiar a mejor, piensa en cómo se sentiría tu familia si decides dejar la vida. Las cicatrices permanecen y a veces duelen, pero un ser querido es irremplazable.
LA VIDA ES EL REGALO MÁS PRECIOSO QUE TENEMOS Y NOS LA DIERON PARA VIVIRLA, AUNQUE NO SEA FÁCIL. EL SECRETO ESTÁ EN NO RENDIRSE MIENTRAS LUCHAS POR SOBREVIVIR.
Sé qué estoy diciendo, busca apoyo en tus padres, ALWAYS.
Después de una tormenta, siempre viene la calma.
PD: Alguien a quién Pottermore puso en Slytherin, cuando se siente Gryffindor.
La música siempre es, fue y será el mejor refugio contra las penas, incluso la escritura de fanfics o lo que te apetezca, para soltar todo lo que sientes.
Actualización a 2018: La última vez que entré en Pottermore, me asignó Hufflepuff como casa y ha acertado, aunque también poseo valentía.
Mi padre siempre ha estado en contra de que contara mi experiencia con el acoso escolar, y yo creo que es algo que puede servir de ayuda a otras personas que actualmente lo sufren y no ven una salida más allá que la de callar, aguantar y luego quitarse la vida. Y así ni ganan los acosadores ni las familias de los acosados; por una parte los acosadores, al quitarse la vida el acosado, van en busca de otra víctima, las expulsiones del centro y otras sanciones no son suficientemente efectivas. Por la otra parte, la familia del acosado pierde a un miembro, los padres son los que más sufren porque pierden a su hijo o hija y mientras los causantes de esa decisión, están libres y tan campantes amargando a otra persona.