El tiempo camina, lento y callado,
y con cada paso, el cuerpo es marcado.
Los cabellos se van, como nieve que cae,
y las manos, arrugadas, la historia del ser traen.
La piel que antes brillaba, ahora es mansa,
como un río que pierde su furia y su lanza.
Pero en sus pliegues hay vida guardada,
como un libro antiguo que nunca se acaba.
El sol ya no arde como en la juventud,
pero su luz es sabiduría, es quietud.
La vejez no es derrota, ni un triste final,
es el eco de un viaje, profundo y real.
Cada arruga, un recuerdo, una huella sagrada,
que al mirar en sus ojos, se siente callada.
El tiempo no duele si se aprende a abrazar,
es el arte de vivir y el arte de esperar.