A veces creemos que la vida se define por los grandes momentos: los viajes soñados, los triunfos esperados, los días que marcan un antes y un después. Pero no .La vida sucede, realmente sucede, en esos pequeños instantes que apenas notamos, en esos segundos que parecen insignificantes pero nos sostienen sin que lo sepamos.
Es ese mensaje inesperado que llega justo cuando pensábamos que nadie nos recordaba. Es la risa que se escapa en medio de un día difícil, como un rayo de sol filtrándose entre las grietas de una puerta cerrada. Es la canción que suena en la radio y nos transporta a un tiempo donde todo parecía más fácil.
Nos salvan los abrazos que duran un poco más de la cuenta, las palabras amables de un desconocido, la brisa fresca en una tarde calurosa, la primera página de un libro que parece haber sido escrito para nosotros. Nos salva la mirada cómplice de alguien que entiende sin preguntar, el café compartido en silencio, la luna llena brillando en una noche en la que sentimos que todo va a estar bien.
Porque al final, lo que nos mantiene a flote no es el futuro incierto ni el pasado que pesa, sino estos instantes diminutos que nos anclan al presente. Son ellos los que nos recuerdan, en los días oscuros, que todavía hay belleza, que todavía hay vida.
Y quizá, sin darnos cuenta, nosotros también hemos sido el instante que salvó a alguien más