No era suerte, era fuego

Ella era la que nadie apostaba, la que tenía las cartas marcadas desde que nació en una casa con más gritos que abrazos. La que aprendió a sobrevivir antes que a vivir.

No tuvo un camino fácil, ni de lejos .

Se tragó la miseria con la dignidad de quien no tiene otra opción. Pasó hambre de comida, de amor, de respeto. Se dejó la piel en trabajos de mierda para pagar habitaciones de mierda en barrios donde nadie preguntaba nada. Conoció la traición en primera fila, y el miedo se le instaló en los huesos hasta parecer parte de su ADN.

Pero un día se cansó.

Del frío en los huesos. De las puertas cerradas en la cara. De lamerse las heridas como si eso fuera suficiente. Así que agarró su rabia y la convirtió en gasolina. Quemó los “no puedes” y los “no vales” con la misma facilidad con la que otros quemaban cigarrillos. Se hizo su propio camino a base de callos en las manos y noches en vela.

No fue rápido, no fue fácil. Pero un día, al abrir los ojos, vio que ya no estaba en la mierda. Había construido algo con sus propias manos, sin favores, sin deudas. Y se dio cuenta de que el éxito no era un coche caro ni una casa con piscina, sino poder mirarse al espejo y respetar a la mujer que le devolvía la mirada.

Esa era ella. La que sobrevivió. La que ganó.

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