Mi experiencia en una relación tóxica
13 Feb, 2025
Tiempo de lectura aprox. :
3 min.
0 votos

Cinco años. Cinco años de ilusiones, de entrega, de aguantar silencios incómodos y desplantes disfrazados de descuidos .

Cinco años en los que confundí amor con dependencia y esfuerzo con sacrificio. Pero, sobre todo, cinco años en los que creí que si me quedaba suficiente tiempo, todo volvería a ser como al principio.

Al principio, éramos inseparables. Cada día giraba en torno a nosotras, a los pequeños detalles, a las risas cómplices. Pero con el tiempo, algo cambió. Yo me aferraba a lo que fuimos, mientras ella parecía alejarse más y más, como si la persona que conocí se estuviera esfumando frente a mis ojos.

El primer golpe no fue físico, pero dolió igual. Fue cuando propuse hacer un trabajo juntas, como siempre, y me respondió con un frío "No sé". Luego, sin dudarlo, aceptó hacerlo con otra persona. No eran solo las palabras, era la forma en que me hacía sentir invisible, como si mi presencia le estorbara. Y aun así, seguí ahí.

Me acostumbré a sus desplantes, a sus cambios de humor, a la indiferencia. Me repetía que si aguantaba suficiente, si me esforzaba más, si la hacía feliz, todo volvería a ser como antes. Intenté ser más inteligente, más atenta, más paciente. Pero nada era suficiente.

Mis amigas lo veían. Me preguntaban por qué seguía ahí. Me decían que me merecía algo mejor. Pero yo no quería escuchar. Porque admitir que debía irme era aceptar que la persona que amé ya no estaba.

El día que me gritó frente a todos, entendí que algo estaba roto. Pero lo peor no fueron sus gritos, sino la manera en que mi corazón justificaba todo. "Está estresada", "No fue su intención", "Mañana será diferente".

No fue diferente. Nunca lo fue.

Me aferré a los pequeños momentos en los que me daba un poco de cariño, porque eran lo único que tenía. Un abrazo fugaz, una caricia en el cabello, un "te quiero" perdido entre meses de silencio. Era adictivo. Pero esa no era la vida que merecía.

Cuando finalmente decidí alejarme, mi cuerpo ya estaba exhausto de tanto llorar. Mi mente había aprendido a vivir con la tristeza como si fuera normal. Me cambié de colegio, buscando un respiro. Y aunque la distancia ayudó, las cicatrices emocionales tardaron en sanar.

No todas las relaciones tóxicas son gritos y golpes. A veces, son el desgaste silencioso de tu autoestima, la sensación de que nunca eres suficiente, la dependencia a migajas de amor. Y aunque salir duele, quedarse duele más.

112 visitas
Valora la calidad de esta publicación
0 votos

Por favor, entra o regístrate para responder a esta publicación.

Adimvi es mejor en su app para Android e IOS.