Los humanos somos expertos en apropiarnos de logros ajenos. Decimos que llegamos a la Luna, aunque solo doce personas lo hicieron .
Pero, ¿qué es lo que realmente nos hace humanos?
La antropóloga Margaret Mead tenía una respuesta. Cuando le preguntaron cuál era el primer signo de civilización, no mencionó el fuego ni la agricultura, sino un fémur fracturado y sanado. En el reino animal, una fractura es una sentencia de muerte: no puedes cazar, huir, ni sobrevivir. Si un hueso se curó, es porque alguien cuidó a ese ser, lo protegió, lo alimentó, lo cargó hasta que pudo valerse por sí mismo.
Ahí está la ironía. Nos obsesiona la grandeza, la conquista, la inteligencia. Pero lo que realmente nos define no es llegar a Marte ni construir rascacielos. Es quedarnos cuando podríamos irnos.
Y ahí es donde entran los libros. Nos encanta decir que la lectura nos hace más inteligentes, pero lo que en realidad hace es humanizarnos. Nos permite vivir otras vidas, sentir otras realidades, ejercitar la empatía. Nos obliga a escuchar la voz de otro, a comprender dolores ajenos, a ponernos en los zapatos de alguien más.
Harper Lee nos mostró en Matar a un ruiseñor que la justicia no siempre es justa. Orwell nos advirtió en 1984 que quien controla el lenguaje, controla el pensamiento. García Márquez nos enseñó en Cien años de soledad que la historia de una familia puede ser la historia de una nación.
Así que sí, celebremos la Luna, la relatividad y la imprenta. Pero no olvidemos que la verdadera hazaña, la que realmente nos hizo humanos, no es ninguna de esas.
Es ese primer fémur curado.
Es el amigo que se queda cuando podría irse.
Es la historia que nos ayuda a entendernos.
Porque no es la Luna la que nos hace humanos.
Es el amor.
(Un recordatorio necesario en una semana en la que el amor se celebra entre ofertas y descuentos).