Vivimos obsesionados con el tiempo. Nos pasamos la vida preocupados por cuánto tenemos, midiendo años, meses, días, como si fueran monedas en una cuenta bancaria .
El tiempo no es una cantidad, es un contenido. No se trata de cuánto tienes, sino de qué haces con él.
Para entenderlo, piensa en esto: un año puede parecer poco, pero para un estudiante que acaba de repetir curso es una eternidad. Un mes puede ser solo un suspiro, pero para una madre con un bebé prematuro, es todo. Una semana es insignificante hasta que eres un agricultor esperando la lluvia. Un segundo puede parecer nada… hasta que te salva la vida.
El valor del tiempo no está en su cantidad, sino en su significado.
Nos preguntamos constantemente cuánto tiempo tenemos. Nos obsesiona la idea de llegar tarde. "Debería haber empezado antes", "A mi edad ya es imposible", "Ya no tiene sentido intentarlo". Creemos que hay una línea de vida predefinida y que si nos salimos de ella, fracasamos.
Pero la pregunta correcta no es cuánto tiempo nos queda, sino qué hacemos con él. ¿De qué quieres llenar tus días?
Muchas personas evitan responder esto porque saben que implicaría cambiar de rumbo. Y el cambio asusta. Nos han enseñado que cambiar significa fallar, que dar un giro vital es una señal de error, cuando en realidad es una oportunidad.
Ojalá nos hubieran enseñado en la escuela que podemos reinventarnos cinco, seis, siete veces… y que no pasa absolutamente nada. Que dudar no es malo, que cambiar de dirección no es fracasar, sino vivir con consciencia.
Piensa en esto:
Nos paralizamos porque queremos entender el "por qué" de todo antes de actuar. "¿Por qué ya no me siento alineado con mi trabajo?", "¿Por qué no soy feliz en esta relación?", "¿Por qué siento que necesito un cambio?". Pero el "por qué" casi nunca llega en el momento. Es algo que solo entendemos con el tiempo, mirando hacia atrás.
Si esperas tener todas las respuestas antes de moverte, nunca te moverás.
Piénsalo: las cosas que te angustiaban hace cinco años, ¿siguen importándote hoy? Seguramente no. Lo mismo pasará con las preocupaciones que tienes ahora. El tiempo pone todo en perspectiva.
Así que la próxima vez que te preguntes si estás llegando tarde, si tienes suficiente tiempo, si deberías quedarte donde estás por miedo a lo desconocido, recuerda esto: el problema no es cuánto tiempo tienes, sino cómo lo usas.