Las groserías están en todas partes. Desde un tropiezo doloroso hasta una discusión acalorada, siempre hay una palabra lista para salir de nuestra boca en los momentos más intensos .
El uso de palabras altisonantes es tan antiguo como el lenguaje mismo. Aunque no sabemos quién soltó la primera maldición, está claro que todas las culturas y épocas han tenido sus propias versiones de insultos y exclamaciones prohibidas. Curiosamente, las malas palabras suelen girar en torno a tres grandes temas tabú: la suciedad (excrementos, secreciones, animales considerados impuros), el sexo (especialmente en sociedades patriarcales) y la religión (como las blasfemias en la Edad Media).
Pero, ¿qué nos dicen los insultos sobre nuestra mente? ? Estudios han demostrado que quienes tienen un vocabulario amplio también suelen manejar con maestría el lenguaje soez. Además, maldecir puede tener un efecto analgésico cuando nos lastimamos, y hay trastornos neurológicos que pueden hacer que las personas suelten groserías sin control.
Lo más interesante es que no hace falta recurrir a palabras vulgares para insultar. El Capitán Haddock de "Tintín" lo hacía con términos como “anacoluto” y “hidrocarburo”. Así que, la próxima vez que quieras desahogarte, ¡puedes ponerte creativo y soltar un buen “filoxera” en lugar de una palabrota! ?