Imagina que la vida es un videojuego y al nacer te asignan un nivel de dificultad: modo fácil para los guapos, modo difícil para los feos. Suena cruel, pero los estudios lo confirman: la apariencia no solo afecta el romance, sino también la educación, el trabajo, la justicia y hasta la empatía de los demás hacia ti.
Desde la infancia, los niños atractivos reciben mejores calificaciones, no porque sean más inteligentes, sino porque los profesores esperan más de ellos y les dedican más atención .
El mundo laboral no es diferente. En un experimento, se enviaron miles de currículums con fotos modificadas para hacerlas menos atractivas: los rostros menos agraciados recibieron un 40% menos de respuestas. ¿Y qué pasa con los que logran destacar? Un estudio mostró que los hombres menos atractivos se esfuerzan más académicamente y alcanzan mejores puestos de trabajo, pero al final… los ingresos entre feos y guapos siguen siendo los mismos.
Incluso en la justicia, la belleza juega un papel perverso. Un criminal atractivo recibe juicios más benévolos que uno feo. Y si una víctima no es atractiva, es más probable que la culpen de su propia desgracia. Hasta en la política, los candidatos más guapos son percibidos como más competentes y confiables, aunque no lo sean.
Pero, ¿de dónde viene este sesgo? Algunos dicen que es cultural, reforzado por cuentos y películas donde los héroes son hermosos y los villanos feos. Otros estudios sugieren que es biológico: desde bebés preferimos mirar caras simétricas y atractivas. ¿El motivo? La belleza se asocia con salud y buenos genes, lo que en tiempos primitivos aumentaba las probabilidades de supervivencia y reproducción.