Desde hace miles de millones de años, se libra una guerra oculta en nuestro planeta. Sus víctimas se cuentan por billones cada día, y el responsable de estas masacres es el ser más mortífero de la Tierra .
Los bacteriófagos (o fagos) son virus diseñados por la evolución para un solo propósito: cazar y exterminar bacterias. Con una apariencia que parece sacada de la ciencia ficción, estos virus tienen una cabeza geométrica que almacena su material genético y una cola en forma de jeringa con la que inyectan su código letal en sus presas.
Pero lo más sorprendente no es su apariencia, sino su eficiencia: a diario eliminan hasta el 40% de todas las bacterias de los océanos.
Los bacteriófagos podrían convertirse en nuestra mejor arma contra una amenaza creciente: las bacterias multirresistentes.
Durante décadas, los antibióticos nos hicieron creer que teníamos bajo control a estos microenemigos. Pero el abuso de estos medicamentos ha provocado que muchas bacterias desarrollen resistencia. Se estima que, para 2050, las infecciones por bacterias resistentes podrían cobrar más vidas que el cáncer.
Aquí es donde los fagos entran en escena. A diferencia de los antibióticos, que destruyen todo a su paso (incluyendo bacterias beneficiosas), los fagos son armas de precisión. Cada uno ataca a una bacteria específica, sin afectar a las demás.
En un caso real, un paciente con una infección intratable por Pseudomonas aeruginosa (una de las bacterias más resistentes y temidas) recibió un tratamiento experimental: miles de fagos fueron inyectados directamente en su cuerpo junto con antibióticos tradicionales. El resultado fue asombroso: la infección desapareció por completo.
Aunque este tratamiento aún es experimental y las farmacéuticas no han invertido lo suficiente en su desarrollo, la comunidad científica está cada vez más interesada en los fagos.
La resistencia bacteriana es un problema que no podemos ignorar. Pero tal vez, en esta guerra microscópica, nuestros mejores aliados sean los propios asesinos de bacterias que han existido desde el inicio de la vida en la Tierra.
En un giro irónico del destino, inyectarnos el ser más mortífero del planeta podría ser la clave para salvar millones de vidas.