Mira a tu alrededor. ¿Cuántas personas ves pegadas a una pantalla? Seguramente más de las que te gustaría admitir .
La respuesta es simple y aterradora: no controlamos nuestro consumo digital, sino que él nos controla a nosotros.
Los teléfonos ya no son herramientas, son nuestra primera y última interacción del día. Todo está diseñado para que nos quedemos atrapados en ellos: el simple gesto de deslizar para refrescar el feed es como una máquina tragamonedas que nos promete una recompensa. A veces es un meme divertido, a veces un video curioso y otras, un golpe de dopamina que nos hace sentir que no podemos parar.
Y aquí viene lo peor: cada vez que haces scroll, le das permiso al algoritmo para manipularte más. Cada clic, cada segundo que pasas en una red social te convierte en un producto más valioso para las grandes compañías. Tú no eres el cliente, eres el producto.
Antes del auge de los smartphones, la dopamina venía de cosas simples: una caminata, una charla, un buen libro. Ahora, esas mismas actividades nos parecen aburridas si no tenemos una pantalla acompañándonos.
El problema no es que recibamos más dopamina que antes, sino que hemos aumentado nuestra tolerancia a ella. Ya no nos basta con ver una película, ahora necesitamos revisar Instagram mientras la vemos, tener un podcast de fondo y, de paso, abrir TikTok en los cortes aburridos.
¿El resultado? La vida sin tecnología nos parece insoportable. Y si en solo 16 años desde la llegada del primer iPhone hemos llegado a este punto, ¿cómo será en 50 años más?
¿Hay una salida? Tal vez. Irónicamente, las propias redes sociales están mostrando señales de que las personas buscan algo diferente. El auge de los podcasts y del contenido más genuino indica que, en el fondo, seguimos necesitando conexión real.
Las redes sociales nacieron para acercarnos a otros, pero con el tiempo se convirtieron en una trampa de dopamina sin sentido. Recuperar el control significa usarlas como herramientas, no como refugios. Significa apagar el teléfono más seguido y redescubrir qué se siente vivir el momento sin la necesidad de capturarlo para una historia.