Vivimos en una era de crisis existencial masiva. Nos hemos vuelto adictos a la validación externa, moldeando nuestras vidas, pensamientos y personalidades para encajar en un molde que ni siquiera sabemos quién diseñó .
Desde pequeños, nuestra esencia es erosionada por la necesidad de aceptación. Nos disfrazamos con máscaras para recibir la aprobación de los demás, creyendo que su reconocimiento es lo que nos dará paz. Pero ¿qué sucede cuando nunca aprendemos a validarnos internamente? Nos convertimos en esclavos de la opinión ajena, atrapados en una rueda interminable de insatisfacción y vacío.
El problema no es buscar validación—es natural desear ser valorado—sino hacer de la aprobación externa la única fuente de autoestima. Cuando dejamos que otros definan nuestro valor, nos condenamos a vivir en función de sus juicios, que a menudo son superficiales, cambiantes y hasta irrelevantes.
El peligro de depender de la validación ajena es que nos convierte en marionetas de un público que ni siquiera está prestando atención. Nos esforzamos en proyectar una imagen que creemos que los demás aceptarán, olvidando que la mayoría de las personas están demasiado ocupadas en sus propias vidas como para recordar cada uno de nuestros movimientos.
? Reflexiona:
Si no aprendemos a construir nuestro propio respeto y amor propio, siempre dependeremos de la mirada externa para sentirnos suficientes. El verdadero camino a la plenitud no está en ser aceptado por todos, sino en aceptarnos a nosotros mismos.