En la sociedad actual, la seducción se ha convertido en un objetivo primordial para muchos hombres, alimentando un mercado multimillonario que se sostiene sobre la inseguridad y la necesidad de validación masculina. Se nos ha hecho creer que aprender estrategias para conquistar mujeres nos hará mejores, más exitosos y más deseables, pero… ¿qué pasa cuando todo esto no es más que una ilusión?
La seducción, lejos de ser una habilidad trascendental, es un juego del ego .
En un mundo donde la superficialidad y la obsesión por el estatus son moneda corriente, es fácil caer en la trampa de la seducción como estilo de vida. Pero la cruda realidad es que esto no nos hace mejores hombres, ni más valiosos. La verdadera mejora personal no está en cuántas mujeres podemos atraer, sino en quiénes somos cuando nadie nos mira.
La seducción no es amor. El amor es entrega, sacrificio y autenticidad. La seducción, en cambio, es egocéntrica, se fundamenta en la manipulación y en el deseo de obtener algo del otro. Cuando un hombre basa su autoestima en la cantidad de mujeres que conquista, está construyendo su identidad sobre arena, sobre una búsqueda interminable de validación externa que nunca llenará el vacío interno.
Las grandes figuras de la historia no se preocuparon por ser seductores. No fue la seducción lo que los llevó a la grandeza, sino su virtud, su sabiduría y su propósito de vida. Es hora de replantearnos qué tipo de hombres queremos ser.