Desde que tenÃa memoria, Gabriel habÃa sido criado por su abuela, Doña Rosa. Era ella quien le daba cariño, quien le cuidaba cuando enfermaba, quien le enseñó que la vida no era fácil, pero siempre valÃa la pena luchar .Para él, su abuela era su verdadera madre.
Su madre biológica, Elena, habÃa tomado una decisión difÃcil cuando él era solo un niño: lo dejó atrás para buscar un mejor futuro. Se marchó con la promesa de que algún dÃa lo ayudarÃa a salir adelante, pero para Gabriel, esa promesa no significaba nada. HabÃa crecido con la ausencia de su madre como una sombra, sintiendo que no era suficiente para que ella se quedara.
A medida que creció, su abuela fue su refugio, pero la vida le tenÃa preparada una prueba cruel. Doña Rosa falleció cuando Gabriel tenÃa 17 años. De un momento a otro, se encontró solo en el mundo. Su padre estaba presente, pero más como un amigo distante que como una figura de apoyo. No tenÃa a nadie que le diera el amor que su abuela le dio, y eso lo obligó a enfrentarse a la vida de la manera más dura posible.
Fue en esos momentos de soledad y desesperación cuando comenzó a reflexionar sobre su madre. ¿Realmente lo habÃa abandonado por egoÃsmo, o habÃa hecho lo único que podÃa hacer para darle un futuro? El resentimiento que cargaba desde niño comenzó a mezclarse con una extraña sensación de comprensión.
Un dÃa, sin esperarlo, recibió una llamada. Era su madre. Después de tantos años, habÃa regresado, y no solo eso: querÃa llevárselo con ella, sacarlo del paÃs para darle una nueva vida.
El reencuentro fue difÃcil. Cuando la vio, sintió una mezcla de emociones: rabia, tristeza, alivio. Ella lloró al verlo y le pidió perdón. Le explicó que nunca dejó de pensar en él, que cada sacrificio que hizo fue por su bien, pero al mismo tiempo, admitió algo que lo dejó en silencio:
—Pensé en lo que querÃa para ti… pero nunca pensé en lo que tú querÃas.
Gabriel la miró por unos segundos, sintiendo que esa frase resumÃa todo el dolor que habÃa sentido durante años. Pero en lo más profundo de su corazón, supo que tenÃa dos opciones: seguir cargando con el pasado o darle una oportunidad al futuro.
Con el tiempo, decidió perdonarla. No porque el dolor hubiera desaparecido, sino porque entendió que el amor, aunque imperfecto, seguÃa siendo amor.
Juntos, empezaron de nuevo. La herida nunca desapareció por completo, pero al menos, ya no estaban solos.