"No poseo, me suscribo": La economía de la escasez y la trampa de las suscripciones
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Vivimos en un mundo donde cada vez poseemos menos cosas. No solo bienes físicos, sino también digitales .

Música, películas, programas de diseño, videojuegos… Todo está sujeto a una suscripción, a una cuota mensual que, si un día no podemos pagar, nos deja sin acceso a lo que creíamos "nuestro".

¿Cuándo dejamos de ser dueños de lo que consumimos?

Antes, comprabas un CD y la música era tuya. Descargabas un programa y podías usarlo siempre que quisieras. Hoy, todo depende de un pago constante. Perder el acceso a una plataforma es perder todo lo que tenías en ella: tus playlists, tu biblioteca de películas, tu trabajo creativo.

El problema no es solo la música o las películas. Esto afecta nuestra vida entera. Comprar una casa o un departamento es un sueño inalcanzable para la mayoría. En su lugar, alquilamos, pagamos, dependemos de contratos que pueden terminar en cualquier momento. La estabilidad se ha convertido en un lujo, y lo único que nos queda es la incertidumbre.

¿Es sostenible vivir así?

Cada vez más aspectos de nuestra vida dependen de cuotas: el alquiler, el auto, el celular, la luz, el agua, el seguro, hasta la educación. Nos venden la idea de que todo es más accesible con suscripciones, pero en realidad nos atan a un sistema donde nunca terminamos de pagar.

Incluso el entretenimiento, que solía ser un escape, ahora está diseñado para exprimir nuestros bolsillos. Antes, el streaming era la alternativa ideal al cable. Hoy, las plataformas compiten para ver cuál monopoliza el mercado, encareciendo los precios y fragmentando el contenido. Quieren que elijas, que pagues más, que dependas de ellos.

El valor del contenido: ¿arte o negocio?

Este modelo también ha contaminado la creación de contenido. Ya no se trata de hacer música, películas o videos porque alguien los ama, sino de generar números. Todo está calculado, optimizado para atraer visitas, diseñado para monetizar. Se ha perdido el alma del arte en favor de la eficiencia y el lucro.

Pero, ¿qué nos queda si no poseemos nada? Lo que creamos, lo que hacemos con nuestras manos, lo que pintamos, escribimos, grabamos. Mientras todo se mueve hacia lo efímero y lo alquilado, lo único realmente nuestro es aquello que construimos.

¿Es este el futuro que queremos?

Nos están obligando a vivir en un mundo donde el acceso a todo tiene un precio recurrente. Donde no poseemos, solo alquilamos. Donde la estabilidad es inalcanzable y la independencia financiera, una utopía.

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