En 1914, una madre alemana tomó una fotografía de su hijo pequeño y llevó la película a Estrasburgo para su revelado. Sin embargo, la Primera Guerra Mundial estalló y nunca pudo recuperarla .
Este tipo de sucesos, en los que los acontecimientos parecen estar organizados por una fuerza invisible, han sido registrados a lo largo de la historia. Wilhelm Von Scholz recopiló múltiples casos de objetos perdidos o robados que volvían a sus dueños de las formas más inverosímiles. Para él, estos eventos parecían manifestaciones de una conciencia mayor y desconocida.
Carl Jung, uno de los más influyentes psicólogos del siglo XX, también se fascinó con estos fenómenos y se aventuró a estudiarlos bajo un marco teórico: la sincronicidad. Se trata de eventos que, aunque no tienen una relación de causa y efecto, aparecen conectados por un significado profundo. No son simples casualidades, sino mensajes encriptados en el tejido mismo de la realidad.
Curiosamente, fue Albert Einstein quien sembró en Jung la idea de que el tiempo y el espacio podrían ser más flexibles de lo que suponemos. En diversas cenas y encuentros, el físico y el psicólogo intercambiaron ideas que marcarían el pensamiento de Jung. Einstein, en pleno desarrollo de su teoría de la relatividad, le hizo preguntarse: ¿y si el tiempo y el espacio no fueran absolutos, sino relativos a la psique humana?
Pese a su intuición sobre la sincronicidad, Jung se resistió durante años a hablar abiertamente del tema, temiendo el rechazo de la comunidad científica. Sin embargo, con el tiempo se atrevió a exponer su teoría, argumentando que estos eventos no eran meras coincidencias, sino indicios de un orden mayor en el universo, un principio organizador que la mente racional aún no comprendía.
Uno de los relatos más famosos de Jung sobre la sincronicidad ocurrió en su consulta. Estaba tratando a una joven que, en un momento crucial de su terapia, le relató un sueño en el que le regalaban un escarabajo de oro. Mientras hablaba, se escuchó un golpeteo en la ventana. Jung se giró y vio un insecto tratando de entrar. Lo atrapó y, para su asombro, se trataba de un escarabajo cetonia aurata, el equivalente más cercano a un escarabajo dorado en esa región.
Este suceso impactó profundamente a su paciente, quien atravesaba un bloqueo psicológico. La aparición del escarabajo en el mundo real, justo en el momento en que hablaban de él, simbolizó una conexión entre su inconsciente y la realidad externa. Fue el punto de inflexión que permitió a la joven avanzar en su proceso terapéutico.
Jung encontró en el I Ching, el antiguo oráculo chino, un método que podía inducir estos eventos sincrónicos. Según este sistema, al formular una pregunta con una intención clara y lanzar monedas para obtener un hexagrama, se establece una conexión significativa entre el estado mental del consultante y la respuesta del libro.
Lo sorprendente es que el código binario del I Ching fue posteriormente utilizado por el matemático Gottfried Leibniz para desarrollar la base de la computación moderna. Así, lo que alguna vez fue considerado un método místico, terminó convirtiéndose en la estructura fundamental de las tecnologías digitales actuales.
Para Jung, la sincronicidad era una fuerza organizadora en el universo, una dimensión paralela a la causalidad que conecta eventos mediante el significado. Propuso que, además de espacio, tiempo y causalidad, debía añadirse un cuarto principio: la sincronicidad.
Pero, ¿cómo interpretamos estos sucesos? Hay quienes creen que el azar es solo eso: azar. Otros, en cambio, sienten que la vida está llena de señales esperando ser interpretadas.