La idea de que somos los dueños absolutos de nuestras decisiones es uno de los pilares de nuestra concepción de libertad. Pero, ¿y si te dijera que ese control es solo una ilusión?
En los años 80, el psicólogo Benjamin Libet llevó a cabo un experimento que puso a prueba nuestra creencia en el libre albedrío .
En su experimento, Libet conectó a un sujeto a un electroencefalograma (EEG) para medir la actividad cerebral y un electromiograma (EMG) para detectar el movimiento de los músculos antes de que el sujeto presionara un botón. La idea era que, según nuestra comprensión intuitiva, el proceso debería ser algo así:
Sin embargo, los resultados fueron sorprendentes. El cerebro ya estaba activando esas áreas motoras antes de que el sujeto tuviera consciencia de su intención de presionar el botón. Es decir, el cerebro inicia las acciones antes de que nosotros decidamos hacerlas.
Este hallazgo cambió completamente nuestra comprensión del libre albedrío. Según esta nueva perspectiva, la sensación de que somos nosotros los que decidimos es solo el eco de un proceso que ya está ocurriendo en nuestro cerebro.
Siguiendo el ejemplo de desayunar tostadas: el cerebro, a partir de señales internas como el hambre, recuerdos previos y conocimientos, decide, en un nivel inconsciente, que lo mejor es comer tostadas. La consciencia solo se da cuenta de esta decisión cuando ya está en marcha. Lo que sentimos como “nuestra voluntad” es simplemente una interpretación de lo que el cerebro ya ha decidido hacer.
No es solo el experimento de Libet. Otros estudios también han mostrado que podemos predecir las decisiones de una persona hasta siete segundos antes de que ellos sean conscientes de ellas. Y más aún, en algunos casos de lesiones cerebrales, se ha observado que las personas pierden la capacidad de saber lo que van a hacer hasta el mismo momento en que lo hacen. ¿Significa esto que nuestra sensación de control es solo una ilusión?
Este hallazgo ha generado mucha controversia, especialmente en áreas como la responsabilidad moral. Algunos argumentan que si no tenemos control consciente sobre nuestras decisiones, entonces no deberíamos ser responsables de ellas. Pero este razonamiento es peligrosamente simplista. El hecho de que el cerebro sea responsable de nuestras decisiones no significa que estemos exentos de consecuencias. Somos nuestra mente, nuestro cuerpo, y nuestro cerebro. Si nuestro cerebro toma una decisión, somos nosotros quienes la tomamos.
Aunque la ciencia ha dejado claro que la forma en que concebimos el libre albedrío necesita una actualización, eso no significa que se haya ido por completo. Tal vez no se trata de tener un control absoluto sobre nuestras decisiones, sino de entender cómo nuestro cerebro, cuerpo y consciencia trabajan juntos para dar forma a lo que experimentamos como decisiones libres.