El 11 de enero de 1909, se incineró por primeva vez un cadáver en México. Se trataba de don Domingo Vargas, un hombre que había muerto en el Hospital General pero cuyo cuerpo no fue reclamado por ningún familiar.
Durante dos horas, el horno estilo Schneider, operado a carbón, fabricado con piezas alemanas e instalado en el Panteón de Dolores, lanzó fuego directo sobre el difunto alcanzando los 1500 grados .
Aunque en la actualidad la incineración de una persona carecería de importancia, en aquella época se trató de un logro para las corrientes higienistas mexicanas, quienes habían logrado demostrar que los inhumados por cólera, tifoidea y viruela, por mencionar algunos, arrojaban miasmas que se filtraban por el subsuelo hasta llegar a los mantos acuíferos de los que dependía la población.
Para la sociedad en general también fue algo asombroso, pues apenas se había abandonado por completo la costumbre de sepultar a la gente en los patios de las iglesias y apenas se estaban acostumbrando a enterrar a sus familiares en los pocos cementerios que había en la ciudad.
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