Desde hace unos años, hemos visto cómo la tecnología va dejando huella en nuestras vidas, pero tal vez no éramos tan conscientes de su impacto como lo somos ahora. La infancia de antes, esa en la que jugábamos en la calle hasta que se hacía de noche, parece estar quedando atrás .
Este artículo no solo reflexiona sobre cómo la tecnología ha transformado nuestra infancia, sino cómo ha impactado incluso nuestra vida adulta. Recuerdo aquellos momentos de pura aventura, jugando en la calle con amigos, sin importar el tiempo. El teléfono móvil, aunque en sus primeras versiones no parecía más que una herramienta de comunicación, empezó a cambiar todo. Juegos, redes sociales, notificaciones: de repente, la conexión con el mundo físico pasó a un segundo plano.
Pero, ¿realmente es todo tan malo? Claro que no. Hay aspectos positivos en la tecnología, como la capacidad de mantenernos conectados con amigos y familiares, o incluso encontrar motivación a través de apps que nos invitan a reflexionar. Sin embargo, el problema radica cuando el celular, que debería ser una herramienta de apoyo, empieza a tomar control de nuestras vidas. En mi caso, el celular no solo afectó mi tiempo libre, sino también mi salud mental y mis habilidades sociales.
La adicción a redes sociales, como Instagram o YouTube, y los videojuegos, como Minecraft o LoL, me hicieron olvidar lo importante: estar presente. Cada reunión, cada salida al parque, era opacada por la necesidad constante de revisar el celular, de estar conectado. La ironía es que, en muchas ocasiones, mientras el mundo pasaba a mi alrededor, yo estaba pegado a una pantalla, más desconectado que nunca.
Sin embargo, con el tiempo, comencé a cuestionar esa dependencia. La pandemia fue un punto de inflexión. Empecé a meditar, a reflexionar sobre mis comportamientos, a darme cuenta de que se podía vivir sin estar constantemente pegado al celular. Aprendí a encontrar un equilibrio, y aunque recaí varias veces, la experiencia me permitió valorar más las interacciones cara a cara.
Hoy en día, la batalla con la tecnología no es solo sobre cuánto usamos nuestros dispositivos, sino sobre cómo podemos recuperar nuestra libertad y bienestar. No se trata de demonizar el celular, sino de aprender a usarlo con conciencia, sin que nos controle, sin que nos convierta en esclavos de una pantalla.