Sabrosa, irresistible y presente en casi todas nuestras comidas, la carne ha pasado de ser un lujo a convertirse en un producto accesible para casi todos. Pero hay una verdad incómoda detrás de cada filete jugoso y cada hamburguesa perfectamente dorada: el precio real de la carne va mucho más allá del dinero.
Nuestra obsesión por la carne ha llevado al planeta al límite .
Y no es solo un problema ambiental. La vida de los animales en la ganadería industrial es una historia de sufrimiento extremo: cerdos enjaulados sin poder girarse, pollos mutilados para evitar que se ataquen entre sí, terneros separados de sus madres al nacer. Incluso en las granjas "orgánicas", la realidad suele estar lejos de la imagen idílica que nos venden.
Entonces, ¿qué podemos hacer? No se trata de demonizar la carne ni de prohibirla, sino de reflexionar sobre cómo la consumimos. Reducir su ingesta, elegir opciones más sostenibles y valorarla como lo que es: un alimento especial, no un producto desechable.