Había una vez un oso llamado Bruno que vivía en un frondoso bosque rodeado de montañas. Aunque era fuerte y grande como cualquier otro oso, tenía un sueño diferente a los demás: quería volar.
Cada día, Bruno miraba el cielo y veía a las águilas y mariposas surcar el viento con facilidad .
—¡Los osos no vuelan, Bruno! —decían entre risas. —Quizás no, pero yo lo intentaré —respondía él con una sonrisa.
Bruno comenzó a probar distintos métodos. Se subía a los árboles y saltaba, agitaba sus patas como alas, incluso intentó construir unas alas con hojas y ramas… pero siempre terminaba en el suelo.
Un día, conoció a un viejo búho que le preguntó:
—¿Por qué quieres volar, pequeño oso? —Porque quiero ver el mundo desde arriba, sentir el viento en mi rostro y tocar las nubes.
El búho lo observó con sabiduría y le dijo:
—No necesitas alas para volar, Bruno. Hay muchas formas de alcanzar el cielo.
Esa noche, Bruno reflexionó. Tal vez el búho tenía razón. Así que decidió escalar la montaña más alta del bosque. Después de un largo camino, llegó a la cima… y cuando miró a su alrededor, sintió algo increíble: el mundo estaba a sus pies, el viento le acariciaba el rostro y las nubes parecían tan cerca que casi podía tocarlas.
Bruno no necesitaba alas, porque había encontrado su propia manera de volar.
Desde entonces, cada vez que alguien le decía que los osos no podían volar, él simplemente sonreía y miraba hacia la montaña, donde su sueño se había hecho realidad.
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