En nuestra vida, la idea de la muerte es algo que evitamos pensar, porque parece distante y ajena. Sin embargo, tarde o temprano, todos nos enfrentamos a ella .

Pero, ¿y si te dijera que la muerte no debe despojarnos del valor de la vida? Si analizamos las cosas con más detalle, nos damos cuenta de que la vida misma es una acción, un proceso constante. Todo lo que hacemos, aunque se acabe, tiene un valor único mientras lo vivimos. El amor, un beso, una fiesta, una comida, no pierden su magia solo porque terminarán. De igual manera, la vida no pierde su sentido por el simple hecho de que algún día se termine. Vivir es estar presente, aprovechar cada instante con todo lo que ofrece.

El ego, ese gran protagonista de nuestras vidas, se resiste a aceptar que no tenemos control total sobre el curso de nuestra existencia. Pero precisamente esa falta de control es lo que le da sabor a la vida. Si supiéramos que todo está garantizado y que la eternidad nos acompaña, ¿por qué arriesgaríamos? La vida está aquí, en el presente, y el presente es lo único que realmente tenemos.

Muchos vivimos esperando el futuro, el "mañana" que nunca llega. Nos prometemos que seremos felices algún día, que alcanzaremos nuestras metas más adelante, pero nos olvidamos de lo que realmente importa: el hoy. El mañana es incierto, lo único seguro es lo que hacemos ahora. Si seguimos esperando, la felicidad se convierte en una ilusión inalcanzable, un "quizá" que nunca se materializa.

Es fácil caer en la trampa de buscar sentido solo en los logros materiales o en la acumulación de éxitos. Pero la verdadera satisfacción no llega cuando logramos más, sino cuando aprendemos a disfrutar lo que tenemos en este momento. No necesitamos un mañana perfecto para sentirnos completos. La vida es lo que vivimos ahora, y si aprendemos a abrazarla con todo lo que tiene para ofrecer, el futuro, aunque incierto, tendrá un propósito.

No importa cuán difícil haya sido el pasado, siempre hay algo valioso en el presente. A veces, el sentido de la vida no está en alcanzar metas grandiosas, sino en las pequeñas acciones que realizamos con todo nuestro ser, en las conexiones que hacemos, en los momentos que compartimos. La vida no se mide por lo que conseguimos, sino por lo que somos y lo que vivimos mientras estamos aquí.