Para alguien con ingresos normales, un auto deportivo de millones de dólares es impensable, pero para los más ricos, este tipo de compras no genera el mismo impacto financiero. Esto se debe a la utilidad marginal: cuanto más dinero tienes, menos peso psicológico tiene cada gasto.
Sin embargo, el lujo no es solo una cuestión de poder adquisitivo .
Aquí entra en juego el efecto Veblen, un fenómeno que explica por qué algunos productos se vuelven más deseados precisamente por ser más caros. Para ciertos consumidores, el precio elevado no es un problema, sino una característica atractiva que refuerza su exclusividad.
Además, la adaptación hedónica nos dice que, una vez que alguien se acostumbra al lujo, este deja de ser tan emocionante. Esto crea una búsqueda constante de experiencias más exclusivas y costosas, impulsando un ciclo interminable de consumo.
Las redes sociales han intensificado la comparación social. No basta con tener dinero, hay que demostrarlo con fotos de vacaciones exóticas, cenas lujosas y colecciones de alta gama. La presión de sobresalir dentro de un círculo privilegiado hace que la competencia por el lujo nunca termine.
Incluso los patrones de consumo varían según el género: mientras los hombres suelen gastar en tecnología, autos y relojes que proyectan poder, las mujeres invierten más en moda, belleza y experiencias que refuercen su imagen y exclusividad.
Más allá de juzgar estos comportamientos, podemos aplicar estos principios para tomar mejores decisiones sobre nuestro propio consumo. En lugar de gastar por validación social, podemos priorizar compras que realmente aporten valor a nuestra vida.