Hubo un tiempo en que los días parecían eternos. Cuando eras niño, cada verano duraba una vida, la espera de un cumpleaños era una agonía interminable y cada experiencia nueva se grababa en tu memoria con intensidad .
La respuesta es más inquietante de lo que crees: fuiste tú mismo.
Tu percepción del tiempo no es una constante; es un truco de tu mente. Cuando eras niño, cada día estaba lleno de descubrimientos y sorpresas. Tu cerebro registraba todo con detalle porque cada experiencia era nueva. Pero con la rutina, con la monotonía, todo empieza a desvanecerse. Ya no prestas atención porque “ya lo has visto antes”, y lo que no se recuerda, simplemente deja de existir.
Cuanto más repetitiva es tu vida, más rápido parece pasar el tiempo. Tu mente borra lo que considera irrelevante, y si cada día es igual al anterior, todo se vuelve irrelevante. Mirar atrás es ver un vacío, una acumulación de días indistinguibles que se desvanecen en un suspiro.
El tiempo no se acelera por sí solo; eres tú quien lo empuja con cada rutina, con cada día igual al anterior. Pero hay una salida: romper el patrón. Si quieres recuperar el tiempo, necesitas obligar a tu cerebro a despertar:
Haz cosas nuevas. Aprende, experimenta, sorpréndete. Cuanto más inesperado sea tu día, más lo recordarás. Sal de tu zona de confort. No vivas en piloto automático. Viaja, explora, cambia de ambiente. Rompe la rutina. No dejes que los días sean copias unos de otros. Cambia pequeños hábitos, incluso algo tan simple como un camino diferente al trabajo. Vive con intensidad. El tiempo se mide en emociones, no en horas. Cuanto más sientas, más larga parecerá tu vida.
La mayoría de la gente nunca se da cuenta de esto. Viven atrapados en un ciclo de repeticiones y cuando finalmente despiertan… ya no hay vuelta atrás. Un día te mirarás en el espejo y verás un rostro que no reconoces, un pasado borroso y un presente fugaz.