EL TIEMPO ES ORO
Hace 17 horas
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Había una vez, en un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, un relojero llamado Alberto. Su taller estaba lleno de relojes antiguos, todos con historias que contar, pero había uno en especial que capturaba la atención de cualquiera que lo mirara .

Era un reloj de sol, cuya sombra se movía de manera extraña, como si su propio paso del tiempo no obedeciera las leyes del universo.


Alberto, un hombre sabio, había oído rumores sobre ese reloj, pero nunca había tenido el valor de investigarlos. Decían que el reloj no solo marcaba las horas del día, sino que también era un portal hacia el pasado y el futuro. Nadie sabía cómo había llegado allí ni quién lo había creado, pero todos coincidían en que era un objeto muy poderoso.


Una tarde, cuando el sol comenzaba a descender y las sombras se alargaban, Alberto decidió, por fin, descubrir el misterio del reloj. Se acercó con cautela, tocó su superficie y, en ese instante, todo a su alrededor comenzó a desvanecerse.


Alberto se encontró en un mundo diferente, uno en el que el tiempo no era lineal. Podía ver el futuro y el pasado entrelazados, como si ambos fueran solo reflejos del mismo instante. Vio a su abuelo cuando joven, trabajando en el mismo taller, y luego lo vio a él, de niño, mirando ese mismo reloj con curiosidad. El reloj no solo mostraba el tiempo; lo tejía, lo deshacía y lo reescribía.


Alberto comenzó a caminar por esos hilos invisibles del tiempo, comprendiendo que cada decisión, cada momento vivido, tenía un eco en el futuro y un origen en el pasado. Vio la tristeza de los momentos perdidos, pero también la alegría de aquellos que aún estaban por llegar. El tiempo, en su esencia más pura, no era algo que pasaba; era algo que se vivía, se sentía y, de alguna manera, se compartía con todos los seres que existían en él.


De repente, Alberto entendió que el reloj no era solo un objeto mágico, sino un recordatorio: el tiempo es un regalo que siempre está presente, pero solo cuando aprendemos a vivirlo en el aquí y ahora, somos capaces de comprender su verdadero significado.


Al regresar a su taller, con la noche cayendo sobre el pueblo, Alberto miró el reloj de sol una última vez. Esta vez, ya no temía al paso del tiempo. Había aprendido que el tiempo no es solo algo que pasa; es algo que vive en nosotros. Y mientras el reloj seguía su curso, él continuó con su vida, consciente de que cada segundo es una oportunidad para hacer que el tiempo cuente.

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