Esta es una de las preguntas más difíciles que nos podemos hacer, porque vivimos inmersos en ella, tan ocupados con lo cotidiano que a menudo no nos damos tiempo para reflexionar. Cada día, el ritmo de la vida nos arrastra: el trabajo, los estudios, las relaciones, el ocio .
Imagina por un momento que tu vida se mide en semanas. Si tienes la suerte de llegar a los 100 años, solo contarás con 5200 semanas. Desde la niñez hasta los 20 años, pasamos unas 1000 semanas. Durante esos primeros años, la vida es más sencilla, nos cuidamos, aprendemos y dependemos de otros. Pero al llegar a la adultez, los 20s y 30s, el panorama cambia. Ahí comienza el trabajo serio, las responsabilidades y, con suerte, también los momentos de plenitud personal: formar una familia, construir una carrera, viajar, y disfrutar de lo que nos apasiona.
Lo más importante, sin embargo, es lo que pasa después: el tiempo se va volando y, cuando llegamos a los 60, hemos vivido más de 3400 semanas. En ese momento, el futuro puede parecer incierto, pero también está la oportunidad de disfrutar de una libertad que muchos esperan con ansias. Sin embargo, la vejez, la enfermedad y el cansancio nos recuerdan que nuestro tiempo no es infinito, y si no aprendemos a aprovecharlo, podemos vivir con el arrepentimiento de no haber hecho todo lo que deseábamos.
Este es un recordatorio de que la vida no espera. No importa qué tan ocupados estemos, es esencial tomar decisiones conscientes sobre cómo utilizamos nuestro tiempo. La pandemia del COVID-19 nos enseñó a apreciar los momentos perdidos con nuestros seres queridos. Nos dio perspectiva sobre lo valioso que es cada minuto compartido, porque no sabemos cuándo será la última vez que hagamos algo con esas personas, o incluso cuando será la última vez que hagamos algo que amamos.