cuento de la criada
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Había una vez, en una casa señorial en un pequeño pueblo, una joven criada llamada Isabel. Su vida no era fácil, pero su corazón era grande, y en sus ojos brillaba la esperanza de que algún día su situación cambiaría.


Isabel había llegado a la casa cuando era solo una niña, después de que su familia cayera en la pobreza .

La señora de la casa, una mujer de carácter fuerte y recto, la tomó bajo su cuidado, pero más por necesidad que por compasión. Isabel se levantaba al alba para barrer los pasillos, preparar las comidas y cuidar los jardines. Mientras tanto, observaba de cerca a la familia que la empleaba: la señora, su esposo y sus dos hijos, quienes parecían tenerlo todo, pero Isabel sabía que, aunque la riqueza exterior les sobraba, a veces la paz interna les faltaba.


Un día, la familia decidió organizar una gran fiesta, con invitados de toda la región. Isabel fue asignada a preparar la comida y servir a los invitados. Durante esa noche, mientras corría de un lado a otro, algo extraño sucedió. La señora de la casa, en su afán por que todo saliera perfecto, tuvo un arrebato de furia y comenzó a regañar a Isabel por un pequeño error en la decoración. En ese momento, Isabel sintió un fuego interior, una rabia acumulada durante años de servicio sin reconocimiento. Sin pensarlo dos veces, decidió salir al jardín a tomar aire.


Allí, en la quietud de la noche, encontró a un anciano que, sin previo aviso, se acercó a ella. Tenía una mirada profunda, como si conociera su alma. “¿Por qué lloras, niña?”, le preguntó.


Isabel, sorprendida por la aparición, le explicó su vida en unas pocas palabras, cómo sentía que su trabajo no tenía valor, cómo su sacrificio nunca era apreciado. El anciano sonrió suavemente y, tras un largo silencio, le dijo: "No todo lo que haces se mide por el brillo de una joya o el peso de un salario. Hay una fuerza en tu corazón que ilumina más que cualquier riqueza, y esa es la verdadera esencia de tu vida."


A la mañana siguiente, cuando la fiesta terminó y todos los invitados se retiraron, la señora de la casa, al ver la mesa vacía y el trabajo de Isabel impecable, se dio cuenta de lo mucho que la joven había hecho por ella sin pedir nada a cambio. Al principio, solo le ofreció unas palabras de agradecimiento, pero algo había cambiado en su interior.


Con el tiempo, Isabel encontró su lugar en el mundo, y aunque la señora nunca llegó a ser completamente amable, ella supo que el verdadero valor de su vida no dependía de la aprobación ajena, sino del amor y la paz que llevaba dentro. Y así, con el tiempo, se hizo más fuerte, más sabia y, sobre todo, más libre.

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