El hombre moderno es un maestro del multitasking. Salta de un video de gatos a una acalorada discusión en redes, todo mientras responde con un automático “Jajaja” a mensajes que ni leyó. Domina la tecnología, pero no recuerda qué desayunó.
Su atención es un campo de batalla donde los algoritmos ganan cada vez más terreno .
A cambio de validación digital, lo da todo. Cada momento debe ser documentado, compartido y aprobado con corazones y pulgares arriba. Pero la gloria de 56 likes dura poco, y la soledad se cuela entre cada notificación. Pero no hay problema: siempre puede comprar un curso de autoayuda por $19.99 que le enseñará a amarse a sí mismo… aunque nunca lo termine.
En el amor, la búsqueda es mecánica. Desliza a la derecha, colecciona conversaciones vacías y relaciones tan frágiles como su capacidad de atención. Todo es desechable, todo es inmediato, nada es real.
Sueña con el éxito, pero ese concepto cambia cada semana según lo que dicten las redes. Hoy quiere dinero, mañana quiere 30 propiedades, pasado mañana comprar un curso de criptomonedas… y caer en una estafa piramidal. Es víctima del marketing, incapaz de notar que le venden sentido común a precio de oro.
Y sin embargo, hay algo trágicamente admirable en su resiliencia. Aunque su salud mental se desmorone, sigue adelante, devorando contenido como si su vida dependiera de ello. Porque, en su mente, mientras tenga Wi-Fi, todo estará bien.
El hombre moderno es un héroe caído, atrapado en un laberinto de estímulos que él mismo construyó. Pero no importa. Siempre hay otro video viral que lo hará reír 15 segundos… y olvidar lo perdido.